Desde la Ventana

Desde la Ventana

Atención, tiempo estimado de lectura 14 minutos.

En estos tiempos, más que nunca, vemos la realidad a través de la ventana.

Confinados en nuestras casas, la ventana se ha convertido en nuestras lentes de mirar, tanto de mirar lejos como de mirar cerca. También dentro de casa hay ventanas, la ventana de la pantalla del ordenador, la pantalla del móvil, o las ventanas que son los ojos de algunos de nuestros seres queridos con los que convivimos en nuestros hogares, veinticuatro horas sobre veinticuatro.

En cada una de estas ventanas rebota incesantemente una pregunta que nadie puede hoy contestar con certeza, ¿y mañana?

¿Cambios, qué cambios?

Mañana en el tiempo de la arquitectura y del urbanismo no es precisamente la inmediatez de las horas o de los días, por lo que cualquiera que esboce alguna idea acerca del potencial de cambio de la actual pandemia, se arriesga a quedar como un charlatán de feria.

Personalmente, creo que, si esta situación engendra algún cambio en la arquitectura o en el diseño de las ciudades, la naturaleza de este cambio se asemejará a un mar de fondo de cambios lentos que nos llevarán a algún lugar, quizás impensable hace unos meses, pero que tendrán lugar dentro de una escala temporal de años.

Aun así, antes de pensar en cambios posibles, deberíamos poner en contexto si algo va a cambiar de verdad en la manera como serán nuestras ciudades a partir de ese incierto mañana.

En este sentido valga una reflexión muy básica, pero sin duda cierta, en tanto que ha sido la historia la que la ha constatado. El invento ciudad y su herramienta principal la arquitectura no van ha experimentar cambios substanciales en lo fundamental, tal y como no ha habido cambios en los fundamentales en los últimos 5.000 años por poner una cifra que remita a la antigüedad. Seguimos dibujando calles, plazas y parques y los edificios siguen teniendo puertas, ventanas y techumbres. No es de extrañar pues, que popularmente, la profesión de arquitecto está considerada como la segunda más antigua de la historia del mundo, así que tampoco esperemos transformaciones espectaculares que se puedan recorrer a ojos vista. En el mejor de los casos veremos optimizaciones o cambios de criterios sutiles, quizás profundos y esperamos que positivos, pero cambios poco perceptibles en lo superficial.

En todo caso las catástrofes y epidemias que han caído sobre las ciudades desde la antigüedad demostrarían que, en el mejor de los casos, si imaginamos un vídeo en time-lapse de los últimos milenios, veríamos un proceso de lento crecimiento salpicado por procesos de destrucción y reconstrucción, de dilataciones y contracciones urbanas. Es decir, si algo caracteriza a una ciudad es su resistencia como invento.

Seguimos necesitando vivir y convivir lo más juntos posible para poder aumentar así nuestras oportunidades de supervivencia, y eso no va aparentemente a cambiar a corto plazo. Ni las ciudades van a desaparecer, ni la arquitectura dejara de existir.

Quizás en ese time-lapse imaginario, si que veríamos, como en los últimos segundos del vídeo, la atmósfera de esa ciudad se volvería mucho menos nítida debido a la contaminación que la actividad de los humanos provoca, surgiendo una nube de todo tipo de gases y humos. Algo así como si la lente de la cámara se ensuciara de repente.

Parece claro pues que es difícil pensar que van a ocurrir cambios o transformaciones espectaculares. La ciudad y la arquitectura seguirán allí.

Sin embargo, si que creo, o, mejor dicho, si que espero, que unos cambios mucho menos aparentes, pero sin duda de repercusiones muy profundas van a ir surgiendo, pero antes de acercarme a ellos hay algunas consideraciones previas que se están debatiendo hoy, que según quien lleve razón va a desequilibrar la balanza hacia una dinámica de cambios u otra.

¿Quién dice qué?

Estos días hemos asistido a un duelo de ideas contrapuestas entre dos monstruos de la reflexión, Slavoj Žižek[1] en un rincón del combate dialéctico y Byung-Chul Han[2] en el otro.

Mientras el filósofo esloveno convoca las lógicas sociales basadas en la coordinación y colaboración global para el resurgir de un comunismo reinventado, afirmando que la epidemia del coronavirus no es solo una señal de los límites de la globalización mercantil, también señala el límite, aún más fatal, del populismo nacionalista que insiste en la soberanía absoluta del Estado, y centra su argumento en la disyuntiva entre Global communism or the jungle law, coronavirus forces us to decide, título literal de su artículo.

Su antagonista, el también célebre filósofo coreano, contextualiza las diferencias entre la reacción asiática, acrítica con el big data que monitoriza la vida diaria de los habitantes y que ha permitido atajar la expansión de la epidemia, y la europea que entra en pánico debido a que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. De alguna manera Han vuelve al argumento de peso de sus libros, entre ellos, La Sociedad del cansancio[3], donde disecciona la atonía de la sociedad y la banalización de todo lo que toca el mercado en el momento que queda expandida a la omnipresente positividad.

Al final del artículo, Han, de una marera tajante, una especie de nos vemos en la calle dialéctico, afirma: Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta.

El virus no puede reemplazar a la razón.

En este punto no se si Žižek recogerá el guante o humillará a Han con el silencio.

Sea como sea, hay un punto muy parecido entre lo que desean ambos filósofos, por mucho que el esloveno este convencido de que lo que desea y lo que ocurrirá coincidirán en el escenario post-viral, y Han, asume que no habrá coincidencia entre lo que le gustaría que cambiase, y lo que realmente va a ocurrir.

Para entender esto hay que ir avanzando en la lectura de sus artículos.

Si bien Žižek empieza defendiéndose, no estoy siendo un utopista. No apelo a una idealizada solidaridad entre la gente, y seguidamente se reafirma en su creencia al afirmar, la actual crisis demuestra claramente cómo la solidaridad y la cooperación global actúa en interés de la supervivencia de todos y cada uno de nosotros; cómo es lo único que, racional y egoístamente, podemos hacer. En otras palabras y caricaturizando un poco, lo único que podemos pensar es lo que ocurrirá y eso tomará la forma de un resurgir de nuestras cenizas a golpe de comunismo reinventado y centrado en lo común. El capitalismo ha muerto.

Han coincide en el fondo con la apreciación que el sistema actual neoliberal o hipercapitalista es el origen de todos los males. Sin embargo, si bien el punto de partida se centra en la solidaridad, Han se interesa menos en un cambio de sistema económico y productivo, y  focaliza en lo que considera lo deseable, una revolución humana. De hecho, el artículo lo acaba así, confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.

Cínicamente se podría considerar que ambos pensadores hacen un esplendido ejercicio de brindis al sol. Creo, sin embargo, que tampoco está en sus manos el encontrar una solución nítida y clara a una realidad compleja y compartida por todos: el modelo de hipercapitalismo nos ha llevado directamente a configurar un mundo desalmado, sin rostro, sin empatía, sin, en definitiva, ciudadanos. Solo somos estadísticas productivas en manos de un sistema voraz.

Apuntes desde la ventana.

Empezaba este texto con un título que representa como esta indiscriminada pandemia ha forzado a media humanidad a mirar el exterior desde la ventana. Oteamos el exterior y nos preguntamos por el mañana desde el alfeizar de cada una de nuestras ventanas.

Sobre todo, desde la ventana observamos lo que un minúsculo virus nos ha robado, la ciudad, la calle, la plaza, el parque, la vida en definitiva y lo más importante, los otros, los nuestros.

También desde la ventana lanzamos preguntas del tipo ¿Qué ocurrirá cuando haya ocurrido todo?, que proviene de los mas profundo de nuestro fear factor,[4] título de la introducción a Indefensible Space: The Architecture of the National Insecurity State de Michael Sorkin, recientemente fallecido por el Covid-19.

¿Qué es lo que veo desde mi ventana? O quizás, ¿qué me gustaría ver?

Tres apuntes a partir de un terreno común que de una manera complementaria han construido los protagonistas del inicio de este texto, Slavoj Žižek y Byung-Chul Han.

Si es cierto que el punto crítico de un poderoso cambio a mejor recae en un renovado sentido de la solidaridad y la cooperación global por un lado, y en una revolución encarnada por un nuevo humanismo por el otro, quizás esta energía podría dar a luz, y poner finalmente de manera contundente encima de la mesa tres vectores a mi modo de ver fundamentales para mirar de frente un futuro próximo sin perder el optimismo.

La ciudad sana.

La idea de que una ciudad puede curar ya se ha experimentado en la historia de la humanidad. Tanto las plagas continuadas y el hacinamiento que experimentaba la ciudad de Barcelona, dieron alas a Ildefons Cerda, que, como buen socialista utópico, diseño el ensanche barcelonés a mediados del siglo XIX (1859). Un nuevo barrio, veinte veces mayor que la ciudad existente, tramado por calles en forma de matriz, arboladas y de veinte metros de ancho, con viviendas que ventilaban entre las dos fachadas opuestas lo que permitía barrer todas las instancias de impurezas, bien iluminadas, con patios interiores y cruce de calles achaflanados que funcionaban como pequeñas plazas y un sistema de alcantarillado que eliminó los pozos negros.

También hemos visto como después de la epidemia de cólera de Londres de 1854, por tanto en la misma época que cuando se diseña el ensanche, las medidas tomadas para rediseñar la ciudad británica dieron a luz la figura moderna del urban planner actual.

En definitiva, el diseño de las ciudades por causas de salubridad e higiene, han transformado la vida en ellas, pues como dice Richard Sennett[5] los problemas de salud pública fueron los que hicieron repensar la ciudad, porque las enfermedades afligían tanto a los ricos como a los pobres.

Creo especialmente pertinente retomar el concepto de ciudad sana para ponerlo en primera línea y reflexionar conjuntamente temas como el incremento de la masa forestal de las ciudades, capaz de producir un aire mas puro, la erradicación completa del automóvil de combustión privado para eliminar la contaminación del aire,[6] la introducción de ciclos del agua y el aprovechamiento de agua de calidad para usos múltiples, el diseño de una arquitectura de terrazas y balcones, de espacios realmente vivibles en el exterior, la capacidad de transformar los terrados de las viviendas en huertos de producción a escala de barrio, lo que favorece el autoconsumo además de disminuir el efecto isla de calor, el empleo masivos de materiales de origen natural (maderas, paja como aislante, muros de tierra armada o tierra compactada, piedras, arcilla compactada a presión y por tanto sin cocción, etc) y evitar así los materiales excesivamente procesados que siempre dejan tras de si una gran huella ecológica en forma de consumo energético y emisiones para su producción y/o extracción, en fin, hoy encima de la mesa hay estrategias y acciones que van de la escala ciudad a la pequeña escala arquitectónica.

Hay mucho urbanismo que recorrer en ese sentido, y que mejor que después de una crisis sanitaria, empezar de verdad a ponerlo en práctica.

La ciudad de las delicias (la ciudad que se autoabastece de alimentos)

Los huertos urbanos y las granjas urbanas, normalmente verticales, ya se han instalado en nuestro imaginario, pero la puesta en práctica sigue siendo marginal o voluntarista, por tanto, poco escalable. Sin embargo, hemos podido constatar como alimentos que provenían del otro lado del mundo, pueden llegar a escasear.

¿Qué sentido tiene un régimen alimentario que no conoce estaciones? Ya sabemos que ninguno.

Ya estamos tímidamente asumiendo que la mejor dieta alimentaria es la de kilómetro 0. Y para hacer eso viable, hay que extender y escalar esa idea. Por tanto, necesitamos aprovechar todos los espacios urbanos que tengan suelo en plena tierra en la cota 0 y crear un cultivo por invernaderos en las cubiertas de los edificios, como antes apuntaba.

¿Eso va a permitir la autosuficiencia? Seguramente no al 100%. Pero solamente desde una producción de proximidad, tendrá sentido para ciertos productos ir a buscarlos un poco más lejos. Los cereales, la carne, y tantos otros no se pueden cultivar en los parques o los jardines de nuestras ciudades, eso es evidente. ¿Pero y todo lo demás? ¿Qué ocurre con ciertos alimentos, los llamados superalimentos, tales como las algas de espirulina y la chlorella, las bayas de goji, açal o de aronia, las semillas de chía y cáñamo? Muchos de estos alimentos, muy concentrados de forma natural de proteínas y/o antioxidantes, requieren extensiones pequeñas que pueden perfectamente ocupar el terrado de los edificios de oficinas y de viviendas. ¿Para cuando una regulación que lo permita? No hace tanto, en el mismo Paris,[7] se plantaban con normalidad arboles frutales pegados a muros de piedra que protegían y daban calor a estos o el barrio del raval de Barcelona, era el huerto intramuros de la ciudad.

Vemos hoy la importancia de un flujo continuo de alimentos nutritivos y no procesados, entendemos ante la escasez, de la necesidad de tener un pequeño jardín de las delicias culinarias que a escala doméstica se pueden gestionar a nivel familiar y a escala de barrio permitiría la aparición de nuevas profesiones como el agricultor de barrio. Ya hay proyectos en el mundo que apuntan en ese sentido, pero eso, no tengo la menor duda de que se debería normalizar. Quizás ese puede ser un cambio post pandemia.

La ciudad resiliente

La resiliencia urbana es un concepto que se ha incorporado recientemente al vocabulario del diseño urbano avanzado.[8] La idea de resiliencia urbana, es decir, la capacidad de generar una respuesta adaptativa tras episodios de stress extremo, abarcan una gran panoplia de conceptos y acciones específicas que se caracterizan por la capacidad anticipación y empoderamiento ciudadano y están íntimamente relacionadas con los procesos de transición hacia un nuevo modelo energético, la adaptación al cambio climático, la descentralización del uso del agua o la capacidad asistencial inmediata de grandes colectivos sociales. Creo que aquí todos podemos encontrar la relación.

Una ciudad diseñada en términos resilientes es aquella que de forma extremadamente eficiente y empática es capaz de dar cobijo, asistencia, alimento, en mitad de una pandemia como la que estamos viviendo y que a la vez está siempre preparada a las nuevas catástrofes a venir.

Es bien cierto que la idea de resiliencia se ha asociado a catástrofes de origen natural, huracanes, inundaciones, terremotos, etc, pero no cabe duda que después de esta pandemia se ampliará a catástrofes virológicas o bacterianas de alcance global.

Es lógico pensar que una ciudad pueda quedar arrasada por un huracán desproporcionado, pero eso solamente ocurre de una vez y en un lugar específico. La resiliencia virológica deberá preparar a las ciudades para que pase en un mismo espacio de tiempo en todo el planeta. Esto deberá hacer emerger en plena línea de flotación los conceptos de transformación urbana y de cambios de fondo, después de la pandemia que estamos padeciendo.

Como he leído recientemente en algún lugar, el covid19 ha sido un ensayo general en un tiempo acotado de lo que pueden llegar ser nuestras ciudades en un futuro no muy lejano.

Pero a la vez, como comenta el escritor y filósofo Paolo Giordano,[9] la epidemia nos anima a pensar en nosotros mismos como parte de una colectividad; nos obliga a hacer un esfuerzo que simplemente no haríamos en una situación normal: reconocernos inextricablemente conectados a los demás y tenerlos en cuenta en nuestras decisiones. En tiempos de contagio somos parte de un único organismo; en tiempos de contagio volvemos a ser una comunidad.

Y qué mejor expresión de la idea de comunidad que el concepto de ciudad, y qué mejor herramienta que la arquitectura, añadiría.

En la imagen una de las fotografías de la serie ventanas de mi querido amigo Carlos Pereda.

 

[1] Artículo aparecido el 10 de marzo 2020 en Rusia Today. https://www.rt.com/op-ed/482780-coronavirus-communism-jungle-law-choice/

[2] Artículo publicado en el País el 22 de marzo del 2020, https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html

[3] HAN, Byung-Chul, La Sociedad del Cansancio, Herder Editorial, Barcelona, 2015

[4] SORKIN, Michael, Indefensible Space: The Architecture of the National Insecurity State, Ed Routledge, New York, 2007

[5] SENNETT, Richard, Building And Dwelling; Ethics for the City, Ed Penguin Books, London, 2019

[6] Basta comprobar como a la segunda semana de confinamiento la atmósfera de la ciudad de Barcelona ha detectado los niveles de contaminación más bajos de los últimos cien años.

[7] Hace cuatro años casi exactos, el 21 de marzo del 2016, publiqué en este blog un texto que abogaba por esta idea de acercar los paisajes productivos al interior de la ciudad. Ese texto iba acompañado por una imagen que mostraba un conjunto muros frutales, granjas urbanas de árboles frutales que aprovechan el calor acumulado del día para crear un microclima. En este caso, la fotografía es de la ciudad de Montreuil cerca de París que en 1870 tenía una extensión de 300 hectáreas. https://axonometrica.blog/2016/03/21/el-renacer-de-la-fabrica

[8] Uno de los investigadores punteros sobre resiliencia, Lorenzo Chelleri, dirige el Máster en Diseño y Gestión de la Resiliencia de la Ciudad en la School of Architecture de la UIC, junto con Carmen Mendoza

[9] Artículo publicado en el suplemento cultural del País, Babelia el 24 de marzo de 2020 https://elpais.com/cultura/2020/03/23/babelia/1584986441_659231.html

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