De la Eficacia a la Eficiencia

De la Eficacia a la Eficiencia

Hay una atmósfera de aceleración enloquecida, de fuerza centrífuga que nos expulsa de aquello a lo que solemos llamar el sentido común. Acaloradamente, no sin arduos esfuerzos, conseguimos agarrarnos a los pocos asideros de cordura que borrosamente entrevemos entre un rebote y otro que acontece entre las paredes de nuestro día a día.

Hay infinidad de explicaciones a esta situación, desde las tradicionales, que provienen de los ámbitos sesudos de la sociología, la antropología o la filosofía, a las explicaciones más cínicas que nos demuestran la omnipresencia del mercado, que como mano que mece la cuna, nos arrastra sin resistencia posible a entrar en la desmesura.

La desmesura en el consumo del tiempo, en las exigencias sobre nuestra salud o nuestra imagen, la desmesura en cómo afrontamos el ocio, o cómo desmesuradamente estamos despojando la cultura, y por añadidura, la arquitectura, de todos sus atributos fundamentales.

Pero esta desmesura, debe de tener algún tipo de origen, algún tipo de paradigma como para que tan ciegamente se haya instalado entre nosotros. Y quien esté libre de pecado… pues eso, todos participamos de la absurda carrera por un objetivo que en verdad no sabemos exactamente cuál es. Paradoja mayor para un sistema que ha mimado la eficacia por encima de la eficiencia.[1]

Pero ahondemos un poco más. ¿No será que esta carrera hacia la nada tiene una base en la concepción de la eficacia? Es más, ¿no será que la tensión que provoca tanta energía y angustia mezcladas, proviene de un cambio de modelo? Para cerrar la hipótesis, ¿no será que estamos en transición? ¿Una transición que viaja del modelo moderno basado en la eficacia y por tanto centrado en los resultados, a otro modelo contemporáneo, basado en la eficiencia, y por tanto que preconiza el valor de los recursos?

Traducido nemotécnicamente, la tensión entre del modelo Eficacia y el modelo Eficiencia, quizás tiene mucho que ver con la valorización de los Resultados versus un modelo que privilegia la consideración de los Recursos. Algo así como que de la E (de eficacia) a la otra E (de eficiencia) hay un salto tan grande como pasar de privilegiar la R de resultados a pasar a privilegiar la R de recursos.

Quizás un ejemplo nos permite poner luz sobre esta reflexión primaria.

Imaginemos un país que ha privilegiado por encima de otras variables el precio de producción de la energía que consume y la autonomía en cómo la puede crear, es decir, ha privilegiado los resultados que derivan de esa política, bajos precios e independencia energética, por encima de la gestión de los recursos, y sobre todo de las consecuencias potenciales en la gestión de los recursos en un futuro.

Hablo ahora de Francia, que aposto por convertirse en una potencia nuclear y privilegió en un momento dado los resultados de la eficacia energética por encima de los recursos empleados. Efectivamente hoy la electricidad producida en el país vecino es muy barata y producida además dentro del territorio, pero a cambio ha despreciado el valor de los recursos disponibles en el futuro porque los está empeñando en la lotería del potencial peligro que supone un lejano accidente a cientos o a miles de años vista. La eficacia para obtener esos resultados queda condicionada por el hecho que los residuos resultantes de esa producción tan eficaz queden para siempre herméticamente enterrados en mastodónticos cofres de hormigón.

La energía nuclear es a todas luces la manera mas eficaz de obtener electricidad barata y la tecnología francesa asegura en buena medida su independencia energética.

Ahora bien, ¿se ha reflexionado suficientemente sobre el hecho que el acceso a otros recursos está condenada al capricho estadístico? Si para conseguir un alto grado de eficacia hoy tengo que poner en riego la eficiencia de los recursos de mañana, ¿podemos decir que esa decisión ha sido la adecuada?

O pensemos al revés por un momento, si el diseño de la trama energética de un país se piensa desde la eficiencia y por tanto se diseña teniendo en consideración la gestión de los recursos tanto los actuales como los futuros, ¿se hubiera optado por la energía nuclear?, o ¿se hubiera optado mejor por invertir en energías renovables?, que no quiere decir otra cosa que en recursos que se regeneran en el tiempo.

Está clara y creo que, ampliamente compartida la respuesta, ¿no?

Ahora bien, hay que decir en descargo del estado francés que esa decisión se tomó condicionada por una época donde aún regía la idea de que los recursos eran infinitos en el planeta tierra y que otras fuentes de energía, descartando las provenientes de la energía fósil, no estaban desarrolladas lo suficiente para que fueran una alternativa viable.

Pues traslademos la psicología y la sociología de este ejemplo a la transición, a mi parecer evidente, que se está produciendo en el seno de la idea de ciudad y de la arquitectura, entre la eficacia de los resultados y la eficiencia de los recursos.

No hace falta recordar la mejora escala europea y más tarde mundial que supuso la diseminación de un modelo extraordinariamente eficaz para dar cobijo a la Europa de principios del siglo XX mediante lo que se ha llamado comúnmente el movimiento moderno, a saber, la obtención de grandes resultados que permitieron cobijar a millones de personas en condiciones de salubridad nunca vistas en términos cuantitativos en esa época.

Sin embargo, esa eficacia se obtuvo a cambio de arrasar un territorio donde emergían edificios idealmente sobre pilotes, alejados del centro y condenando, gracias a la explosión de la clase media, a transformar a los ciudadanos en dependientes del automóvil. Hablamos de la eficacia de un Le Corbusier, que como ya sabemos, asimilaba a un edificio la bondad de una máquina, ergo la quintaesencia simbólica de la eficacia.

No se trata aquí de criticar a toro pasado los 5 principios de arquitectura o las estructuras teóricas del movimiento moderno. Eso sería injusto si la óptica la situamos de hoy para ayer.

El urbanismo surgido del movimiento moderno dio extraordinarios resultados para un propósito que no podía valorar en ese momento la finitud de los recursos.

Las necesidades extremas de sacar a una cantidad ingente de la población de infraviviendas y de alojar tanto a las clases obreras como a la incipiente clase media en viviendas dignas, saludables y justas merecía y justificaba en ese momento una arquitectura que solamente aportaba como valor principal su eficacia.

Hoy sabemos lo que esa concentración de herramientas eficaces ha dejado una herencia en una parte importantísima del planeta. Para empezar, una estructura mental basada en la eficacia, quizás la herencia más perniciosa, pues bajo el reino de la eficacia, durante décadas, hemos sacrificado toda consideración a los recursos que poníamos en juego.

Y el resultado de tanta y tanta eficacia lo sufrimos hoy en la forma de ciudades imposibles, invivibles y dependientes de otras maquinas aún más depredadoras, que, a cambio de trasladarnos, engullen todos los combustibles fósiles del planeta, es decir retornan a la atmósfera los millones y millones de toneladas de CO2 que habían quedado secuestrados en el carbón y el petróleo alojado en el subsuelo.

La arquitectura en términos contemporáneos ya se empieza a pensar y a diseñar desde otro lugar. El lugar donde residen los recursos que utilizamos hoy y sobre todo el lugar en cómo quedarán los recursos de mañana. Es tal el cambio que nadie es capaz de planificar barrios y ciudades como se planificaron hace 100 años.

Hoy seria imposible condenar un futuro a cambio de un presente resuelto momentáneamente.

Más bien al contrario, parece claro que hoy estamos dispuestos a sacrificar un poco o incluso “un mucho” de la eficacia de un sistema a cambio de asegurarnos la eficiencia en el tratamiento de los recursos que cimientan dicho sistema.

Creo que eso, en esencia, muy en la base, forma parte de la profunda transformación a la que estamos encaminados ya sea por la consciencia global y/o personal de cada uno o por la fuerza de los hechos.

Hoy vamos todos a perder alguna que otra cuota de eficacia si así podemos mejorar la gestión de la eficiencia, y eso, querámoslo o no, genera un sinfín de tensiones.

Por supuesto, tensiones que creo que irán perdiendo fuerza a medida que, o no tengamos más remedio, o no tengamos más vergüenza.

Nota: Este texto fue escrito antes de la súbita implosión de la pandemia mundial por el Covid-9. Entre otras cosas, esta crisis sanitaria quizás consiga enseñarnos la necesidad de bajar de revoluciones nuestras vidas en pos de una eficacia extrema y bascular hacia una inteligencia colectiva que fije la prioridad en la eficiencia en el uso de los recursos, entre ellos nuestro recurso más preciado, el tiempo.

En la imagen un fotograma de la conocidísima película Tiempos Modernos (1936), donde ya entonces se introducía una parodia crítica a la noción de eficacia que desprendían esas promesas modernidad.

[1] Hay que remarcar aquí que la eficacia la entiendo como la obsesión por llegar a unos resultados independientemente de los medios necesarios para la obtención de los mismos y la eficiencia la percibo como la visión global de los procesos que permite gestionar adecuadamente los recursos para mantener unos resultados a largo plazo.

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