Interdependencia

Interdependencia

El sentimiento de independencia siempre ha sido una emoción anémica y viciada debido al sentido único y estrecho de su naturaleza emocional.

Es el reverso de la moneda de la dependencia, otra gran muleta.

Intelectualmente, ambos significan en esencia lo mismo, una actitud refractaria al mundo que les rodea, a la defensiva, una especie de yo solo que debe mantener su pureza a toda costa.

Siempre ha habido algo de lo puro en arquitectura que me ha dado dentera.

En definitiva, la idea emancipadora de la independencia y su opuesto, la realidad sometida de la dependencia, a veces, ideas que no dejan de ser una moda pasajera, una corriente de pereza creativa o la comodidad de referirse siempre a reglas subordinadas, son la expresión de la fragilidad.

Me gustaría hablar de cómo podríamos rearmar y entrelazar los atributos de la estructura disciplinar arquitectónica y urbanística, que lejos de la independencia o la dependencia disciplinar, se mueve cada vez más en la interdependencia.

Nuestra profesión siempre se ha definido desde una actitud de servicio a la sociedad.

Quizás esto haya sido válido hasta el segundo tercio del siglo pasado, donde la profesión se mantenía encerrada entre las paredes de la técnica y el techo de cristal de la reflexión humanística.

Los límites de una profesión encerrada en sí misma aún hoy se defienden bajo el paradigma de la autonomía disciplinar de la arquitectura, lo que históricamente ha significado, en no pocas ocasiones, una actitud de un alto octanaje de egolatría hiperventilada y de afirmación a ultranza de la identidad arquitectónica.

Si nos fijamos bien, la idea de servicio es por sí misma de vía única. Soy yo el servidor. Nadie más sirve lo que yo. Es más, me parece una idea doblemente perversa, por un lado, me someto, en plena dependencia a una pléyade de conflictos y una suerte de camino trazado alimentado por demandas prefabricadas o artificiales del tipo pisos de 60m2 de 2 habitaciones y 1 baño, que es lo que la gente necesita.

Por otro lado, en un ejercicio de soberbia independentista, ya que solamente yo puedo servir la solución, solamente mi firma y mi brillante construcción cultural o humanística. Para rizar el rizo el independiente, somete las disciplinas que pululan alrededor de la arquitectura en la forma de servicios subsidiarios.

Al final de un proceso independiente o dependiente, solamente puede ofrecerse una solución cerrada, que por pura coherencia se formaliza en una realidad muerta.

Pensemos de otra manera.

Hoy estamos al servicio del planeta, lo que, por supuesto incluye a la sociedad, pero también a todo lo que está vivo, todo lo que nos rodea y eso significa que disciplinarmente debemos ampliar el campo de reflexión. 

La arquitectura reside en el proyecto y eso es intercambio y debate. Es interacción.

Hace años que la disciplina de la arquitectura y el urbanismo se asientan sobre una conversación coral, abierta a lo que nos rodea, un campo que abarca un ancho sendero basado en la interdependencia, en el dialogo y el aprendizaje mutuo.

Un toma y daca.

Sin duda hay una feroz resistencia al cambio, incluso de algunos arquitectos jóvenes que temen perder su laureada autonomía disciplinar. Puede entenderse. La independencia, al igual que su cara B, es de naturaleza conservadora, es de tradiciones y de salvaguardar esencias. Es inamovible y eso da una falsa sensación de seguridad.

Pero eso no hará que la arquitectura evolucione.

Ahora bien, tampoco vale la amnesia histórica.

La innovación es reescribir la tradición. Por eso es tan importante saber de donde viene nuestra esta. No me vale la lógica de lo nuevo por lo nuevo, sin valorar si eso sirve para algo más que para vender humo.

Todos conocemos proyectos de humareda.

Aquí no se pone en tela de juicio el peso de la tradición disciplinar, lo que se pone en tela de juicio es la pervivencia de esta tradición si no se renueva profundamente.

Quizás el quid de todo reside en calibrar el grado de autonomía que debemos perder para así poder ganar nuevos dominios en otros campos de la ciencia.

Me refiero a lo mucho que debemos aprender de la economía circular a costa de quizás ciertas decisiones, habituales en nuestra disciplina, como la elección de ciertos materiales.

O me refiero a la perdida de prestaciones u opciones estructurales a cambio de entrar en la estática de otros materiales portantes sin la huella ecológica del hormigón, sea la madera, sea la piedra portante. Por cierto, por si no lo habían notado, ambos materiales admiten mucho peor los grandes vuelos. Parece que los voladizos están proscritos. Una lástima de una parte, pero lógico si atendemos a una razón de ámbito superior como restringir el hormigón armado para llegar a edificios que tiendan a cero emisiones. Eso, de momento, parece justificar el fin de la era de los grandes voladizos.

Ambos son solamente dos ejemplos muy simples, pero por suerte no todo es tan fácil o tan binario como pasar de un material a otro.

Vienen tiempos donde aprender es imperativo para sobrevivir.

Biología, economía, tecnología, sociología, energía, son solo algunas de las necesarias materias que deben entrar en un ecosistema proyectual si se quiere hacer avanzar el urbanismo y la arquitectura.

Seguro que hay quien piensa, aún hoy, que esa perdida de autonomía disciplinar, esa independencia de criterio, quedará perdida como terreno de acción y que no se nos dará la vuelta.

Pero pensemos en la idea de ecosistema, igual ayuda a los más reticentes.

Por definición un ecosistema es un entorno donde todos los elementos que lo componen tienen un rol asignado ligado a su supervivencia. Aportan y se enriquecen a partes iguales. Esa es la clave, dar y recibir como garantía de supervivencia de un todo, aunque cambien las partes o incluso, acabe cambiando el todo. Es una cuestión adaptativa.

Todos los ecosistemas nos muestran como la clave para la supervivencia reside en la capacidad de adaptación, y para poder adaptarse, hay que da y recibir, hay que aprender y enseñar, hay que comportarse de forma interdependiente.

La profesión es más que nunca un campo abierto, un espacio lleno de relaciones sorprendentes, enriquecedoras, cambiantes, indeterminadas en ocasiones y exigentes, tremendamente exigentes.

Quizás eso sería la síntesis, la interdependencia permite perseverar en la exigencia.

En la imagen las vidrieras de José Luis Sánchez en la ampliación de Fuentes Nuevas. Revista Arquitectura 1959, número 7 página 42. En esa época se hablaba y se estudiaba mucho la interdependencia entre las artes y la arquitectura. Solamente hace falta retomar ese espíritu y ampliarlo a otros campos de la ciencia para, de manera solvente, poder dar respuesta a los nuevos retos disciplinares de la arquitectura y el urbanismo.

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