Contribuciones: Pedro Torrijos. La casa que resistió al centro comercial

La casa que resistió al centro comercial

La historia que vais a leer, aun entrelazada con la arquitectura, va más allá de la descripción, elogio o caricatura de un edificio. Porque la casa de la señora Edith Macefield en Seattle es el ejemplo más famoso de edificio-chincheta y sirvió de inspiración, quizá casual, a Pixar para su película de 2009 “Up”, pero también esconde un relato insólito. Uno que se escapa de lo que solemos esperar cuando leemos la batalla de David contra Goliat.

A principios de los 50, Edith Macefield se mudó a una casa algo vieja, pero reformada, en el 1438 de la calle 46 NW, en el barrio de Ballard, al norte de Salmon Bay y a poco más de cien metros del canal marítimo del lago Washington. No era precisamente una de las zonas más acomodadas de Seattle, era más bien un lugar apartado donde anidaban un par de industrias pesqueras de pequeño tamaño junto a hileras de casitas de madera de una o dos plantas. No, no era el crisol de la ciudad, pero era un sitio estupendo para que Edith, con treinta años y recién divorciada, comenzase una nueva vida.

A lo largo de las décadas, Ballard fue cambiando poco a poco. Las casas iban desapareciendo y, en su lugar, se levantaban comercios, talleres y más naves industriales. Eran polígonos moderados, nada especialmente inhumano, pero el caso es que la señora Macefield se iba quedando sin vecinos. Para el año 2000, la manzana de su casa era la única residencial entre tiendas, restaurantes de carretera y fábricas de conservas o cerveza. El epítome de extrarradio deprimido de una gran ciudad.

Entonces llegó la burbuja inmobiliaria. Porque, no sé si lo saben, pero el desarrollo incontrolado no es exclusivo de España, sino que arrasó con todo el mundo occidental. Propulsados por el dinero de la construcción, los promotores compraban las viejas casas de los residentes para construir edificios de apartamentos y, sobre todo, superficies comerciales nuevas que resultasen atractivas a la población joven que comenzaba a mudarse a Ballard.  En 2005, uno de estos promotores compró la manzana del 1438 de la calle 46 NW. La mayoría de los vecinos ya no vivían allí y casi todos vendieron su propiedad a precios bastante superiores a lo esperado. Casas de apenas 100.000 o 120.000 dólares se pagaban a más de 200.000.

Era lógico, porque en esa manzana se iba a construir un gran centro comercial. Pero la señora Macefield dijo que no vendía. Le ofrecieron hasta 750.000 dólares, pero se siguió negando. En vista que no podían convencerla, decidieron que el edificio del centro comercial “envolvería” a la vieja casa para, si en un futuro lograban convencer a la señora Macefield, poder rellenar ese vacío constructivo con los menores problemas posibles. Así redactaron el proyecto y así comenzó la obra y, de hecho, cuando las grúas ya estaban vaciando el terreno alrededor, llegaron a ofrecer hasta un millón de dólares por la casa. Pero Macefield volvió a decir que no.

El caso se convirtió en una leyenda local. A los medios les encantaba esa batalla entre David y Goliat, en el que una pequeña y testaruda anciana vencía a los malvados promotores. Sin embargo, la realidad era bien distinta.

A Macefield no le gustaba esa historia que vendían los periódicos y, de hecho, nunca habló ni con ellos ni con las televisiones y las emisoras de radio. Porque Macefield no tenía ningún apego especial a su casa, lo que tenía era 83 años, una movilidad muy reducida (necesitaba un andador para caminar) y muy pocas ganas de mudarse. Lo que sí tenía era un carácter afable y cariñoso que demostraba a menudo con los obreros de la construcción que la rodeaban. Adoraba volver a tener compañía, volver a tener vecinos con los que charlar, aunque fuesen esporádicos. Uno de esos vecinos era Barry Martin, el jefe de obra del centro comercial.

Martin llamaba a su puerta de tanto en vez para llevarle la correspondencia e interesarse por su salud. Macefield recibía a Martin con los brazos abiertos y las pequeñas conversaciones que tenían se fueron transformando en tardes enteras delante de un café. El jefe de obra y la anciana hablaban durante horas mientras, a pocos metros, los martillos y las hormigoneras mantenían su particular e inevitable diálogo.

Con el tiempo, Martin se convirtió en el cuidador principal de la señora Macefield. Le llevaba a sus citas con la peluquería, con el médico o al supermercado y, al poco, para poder cuadrarlas mejor con su propio horario, comenzó a concertarlas él mismo. En los dos años que duraron las obras, la señora Macefield le contó todas las historias de su vida. Algunas eran difícilmente creíbles, pero Martin las escuchaba con avidez. La señora Macefield le contó que había nacido en Inglaterra, que acogió a huérfanos de guerra durante la 2ª Guerra Mundial, e incluso que hizo de espía para el ejército británico hasta que los nazis la capturaron y la metieron en el campo de concentración de Dachau, donde pasó varios meses. También afirmaba que su primo era ni más ni menos que el rey del swing Benny Goodman, quien le había enseñado a tocar el clarinete. Aunque ya no era capaz de sacar sonido, aún conservaba un saxofón y varias fotografías de su juventud en las que se la veía tocándolo.

A cada charla, la relación entre Edith y Barry era más estrecha, hasta el punto de que el jefe de obra se encargaba de prepararle la comida e incluso la visitaba cada día, semanas después de que la construcción acabase y el centro comercial hubiese abierto sus puertas. De hecho, Martin le había dado su número de teléfono para que le llamase en cualquier momento en el caso de que la anciana lo necesitara. Aunque fuese de madrugada. Una de estas llamadas ocurrió a mediados de marzo de 2008: la señora se retorcía de dolor en la cama.

Le diagnosticaron un cáncer de páncreas en estado avanzado así que, en el mismo hospital, Martin convenció a la señora Macefield para que se fuera a vivir a una residencia hospitalaria. Él se hizo cargo de los gastos y ella le concedió poderes jurídicos para tomar sus últimas decisiones. La última decisión de Barry Martin fue conservar la casa hasta el último día de vida de su propietaria, aunque ya no viviese allí.

La señora Edith Macefield murió el 15 de junio de 2008 a la edad de 86 años. En su testamento cedía la casa en el 1438 de la calle 46 NW del barrio de Ballard en Seattle al señor Barry Martin. En 2009, Pixar la llenó de globos y la usó como promoción de su película “Up”. Martin la vendió poco después a un inversor, aunque la crisis económica evitó su derribo. Todavía sigue allí, tapiada con planchas de madera. Aparece en carteles, pegatinas y hasta tatuajes, convertida en un símbolo de resistencia, pero, si quieren saber mi opinión, la casa de Edith Macefield es bastante más que eso. Es un pedazo de la amistad entre un hombre y una anciana, construido hace cien años y rodeado por un gimnasio L.A. Fitness a un lado y una sucursal de UPS al otro.

En la imagen, la casa de Edith Macefield en Seattle. Foto de Ben Tesch. Creative Commons (CC)

Pedro Torrijos es músico, arquitecto y divulgador cultural. Muy conocido en Twiter (@Pedro_Torrijos) por sus hilos #LaBrasaTorrijos. Escribe habitualmente en medios de comunicación y autor de Territorios improbables: Historias sobre lugares que (casi) no sabías que existían, editado por Kailas Editorial, 2021 (4ª edición)

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