El Destape de la Domesticidad

El Destape de la Domesticidad

Hace poco, en una de esas redes sociales en la que sus usuarios se abonan a la chanza y a una versión especialmente ácida del sarcasmo, explotaban las risas virtuales por el fondo de escena que la política y dirigente de UPyD, Rosa Díez, había dejado a la vista en una videoconferencia[1], tan al uso en estos días de confinamiento.

Realmente no había para menos. Sea su verdadera habitación o no, el escenario rozaba una cascada de despropósitos estéticos, pero también alguno ético. No voy a pormenorizar en la imagen, ni me parece tampoco justo que uno se ría del cualquier otro por el simple hecho de que tenga gustos anticuados o infantiloides, pero si quiero tomar algunos detalles que me llevan a una reflexión algo menos superficial.

Vayamos pues a una lectura algo atenta del objeto de tanto cachondeo.

En primer lugar, la posición de la cama es inapropiada por tres razones fundamentales:

Primera: un lado de la cama, el cercano a la pared, apenas deja treinta centímetros de vacío entre la cama y la pared. La cama no permite pues ser abordada por el lado derecho, y se ofrece como un espacio perfecto para perder piezas de ropa, el cargador del móvil o los potenciales libros que la política pudiera estar leyendo.

Segundo: La escasez de ese espacio no permite ordenar la cama después de cada noche de uso, lo que solemos decir, hacer la cama, a no ser que cada vez que se quiera arreglar la cama esta se tenga de desplazar. El cabezal de la cama, aparentemente metálico, diría que, de hierro forjado, no promete que de todas maneras la maniobra de retirar ligeramente la cama unos cuarenta centímetros para llegar a todo el lado de difícil acceso sea una operación sencilla.

Tercero: El sentido común daría con una solución extremadamente simple y, mejor aún, no comportaría ningún tipo de coste. Me explico, en la imagen se aprecia un mueble bajo de color blanco o blanco roto, que funciona como mesilla de noche y compuesto de dos cajones, quizás tres. La propuesta más racional seria colocar la pequeña cajonera en el lado opuesto al actual, de forma que sus cerca de sesenta centímetros de ancho garantizaría un corredor libre de obstáculos para arreglar la cama correctamente y sin esfuerzos suplementarios. Además, contrariamente a lo que se pueda pensar, el desplazamiento entonces de treinta centímetros hacia la izquierda de la cama no supondría ni funcional ni estéticamente un problema debido a que, como podemos observar, el lado izquierdo de esa cama es donde está situado el acceso a la habitación, lo que ya garantiza alrededor de noventa centímetros libres de paso para también arreglar correctamente el lado izquierdo de la cama.

Es evidente que la señora Díez tiene un problema domestico de espacio. Parece que tan solo una reflexión pausada de diez minutos le permitiría mejorar notablemente el esfuerzo diario de hacer la cama y por tanto sus lumbares o las lumbares de sus familiares o personal de servicio. Como parece que la señora Díez no es capaz de llegar a esa conclusión por si misma, le recomiendo que contrate los servicios de una arquitecta o un arquitecto, que precisamente es a eso a lo que se dedican entre otras cosas, a mejorar la vida de las personas.

No hay de qué.

Una segunda mirada algo más profunda a la imagen revela un detalle más inquietante.

En ese mismo lado derecho de la cama, otra vez el lado derecho, aparece una fotografía enmarcada soportada por un caballete de madera. Una primera impresión de la imagen notifica la fragilidad de la posición del cuadro, seguramente protegido por un vidrio, que se sitúa a una distancia, otra vez, muy comprometida respecto a la cama. Es fácil imaginar que un golpe involuntario o un movimiento brusco mientras alguien duerme en esa cama puede llevar a que tanto la fotografía como el marco y el vidrio que la protege puedan venirse abajo, dañando potencialmente a cualquiera que duerma allí. Pero eso, a mi juicio, no es lo peor, lo peor es la imagen de la fotografía.

En la fotografía aparece muy favorecida una Rosa Díez risueña y en posición desenfadada. No me parece nada mal que uno conserve y exhiba fotografías en al que cree que ha salido favorecido. Me parece humano y saludable cuidar de vez en cuando nuestra vanidad, aún más si queda encerrada en el ámbito de la domesticidad.

Lo que me parece poco digno en este caso, es que esa fotografía representa un pasado totalmente abjurado por el personaje político. Efectivamente esa fotografía era el cartel de Rosa Díez cuando se presento por el partido político que ahora repudia, el Partido Socialista Obrero Español en las elecciones municipales de Euskadi de 1999[2].

En pocas palabras, si Rosa Díez repudia y abjura de su pasado en el PSOE, hasta tal punto que fue uno de los azotes, quizás tragicómico, quizás minoritario, pero siempre voraz en las críticas, de su antigua formación política, hay sin embargo aspectos de su paso por el PSOE que claramente añora. En este caso, una cosa tan simbólica como la imagen de cuando fue lista de cartel y adornaba muchas calles de las ciudades y los pueblos vascos. ¿Se abre así una pequeña fisura en las creencias políticas de la fundadora del hoy ya casi extinto partido UPyD?

¿Cómo se lo van a tomar los electores que creyeron en su re-invención, si en su misma casa aún guarda recuerdos, y aparentemente queridos, de su antiguo partido? ¿Rosa Díez fundó su propio partido para tener más protagonismo en solitario? ¿UPyD era un partido de culto a la persona? En fin, preguntas sin respuesta, o quizás con respuestas muy claras, pero que surgen como reacción a una intromisión.

El problema de la señora Díez no es si su habitación agrada o se convierte en motivo de chirigota, el problema, y este es muy serio, es que hemos “entrado” en la habitación de la política.

Su domesticidad ha quedado al destape.

La situación actual de confinamiento de más de cuatro mil millones de habitantes del planeta ha puesto en evidencia nuestra intimidad: se nos ha escapado, nuestra esfera más íntima, nuestra esfera doméstica circula por el visor de la cámara del ordenador en cada videoconferencia.

Nuestro último reducto, nuestra privacidad, nuestra familiaridad más preciada, está siendo repetidamente desarmada en el momento en que hemos dejado, en este caso forzadamente, que el trabajo entre en casa, en la cocina, en la habitación de invitados, en la sala de estar… en los rincones donde de forma temporal y apresurada nos hemos visto obligados a construir un pequeño set profesional en medio de la marea doméstica de nuestras vidas.

Creo que uno de los cambios acelerados de la época post-pandemia será una acelerada distribución del tiempo de trabajo presencial y el tiempo de trabajo a distancia.

Sin embargo, eso conlleva ciertos peligros.  Bajo ningún aspecto sería deseable que esa nueva repartición del tiempo de trabajo se apoye en la intromisión sistematizada de la intimidad de los trabajadores. Hay un par de soluciones; la primera consiste en trabajar desde un espacio de trabajo compartido cercano a nuestro domicilio, lo habituales co-workings, lo que de paso permite socializar y aprender habilidades nuevas de personas con otras profesiones, pero seguramente con problemas parecidos. La otra opción es montar una célula estable de trabajo en casa, lo que las familias pudientes llaman el despacho.

Estaremos todos de acuerdo que esto último es imposible en términos generalizados debido a la constante y paulatina jibarización de la vivienda en los últimos 50 años, donde cada vez, las dimensiones de las piezas principales se han ido enpequeñeciendo hasta quedar reducidas al formato de una celda de entre diez y doce metros cuadrados para las habitaciones y apenas de quince a veinte metros cuadrados para las salas de estar.

En estas condiciones el trabajo desde casa viene a ser un nuevo tipo de confinamiento temporal impuesto, que revienta la intimidad y hace añicos la lucha de años por la ergonomía y la salud en el trabajo. Es decir, simbólicamente y físicamente se degrada al trabajador a distancia.

O ¿es qué alguien cree aceptable que, en un piso de sesenta metros cuadrados y cuatro personas, el despacho deba substituir a la sala de estar?

En la imagen una inquietante imagen de Jeremy Geddes, Cluster, 2011, óleo sobre tela 113×113 cms.

Más información en https://www.jeremygeddesart.com/

[1] Ver https://www.mundodeportivo.com/elotromundo/television/20200406/48335095888/cachondeo-redes-dormitorio-rosa-diez.html

[2] Ver https://www.eldiario.es/politica/Rosa-PNV-Arzalluz-PP-Espana_0_941406510.html

 

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