Al Reencuentro con la Belleza

Al Reencuentro con la Belleza
En la contraportada del libro La Salvación de lo Bello,[1] la editorial, a modo de resumen concluye con un pequeño texto de presentación del imprescindible texto del filósofo coreano con la frase siguiente, A la belleza no se la encuentra con un contacto inmediato. Más bien acontece como reencuentro y como reconocimiento.
El los textos que se van desgranando en este espacio de investigación sobre la teoría de la arquitectura, el concepto de belleza ha sido múltiples veces convocado. Como si se tratara de sesiones de espiritismo, la belleza, esa especie de inmaterialidad indescriptible, va surcando por los textos que aquí circulan, tanto en los propios como en las lúcidas contribuciones de amigos y sabios de la arquitectura, como el descriptivo y delicioso texto que me regaló Carlos Pereda con el imperativo #PonBellezaentuVida (https://axonometrica.wordpress.com/2014/01/27/contribuciones-carlos-pereda-y-oscar-perez-ponbellezaentuvida/), o el explícito también Lo Bello y Lo Siniestro (https://axonometrica.wordpress.com/2013/04/01/lo-bello-y-lo-siniestro/), o también el texto La Bella y la Ética. (https://axonometrica.wordpress.com/2013/09/30/la-bella-y-la-etica/)
Por otro lado, y me temo que no podía ser de otro modo, vuelve por este espacio el recurrente filósofo coreano, afincado en Berlín, Byung-Chul Han. Da cierto apuro pensar que el análisis lúcido de lo que nos ocurre y nos rodea, pueda estar tan bien diseccionado por un solo autor. Estoy convencido que no es una lucidez exclusiva del pensador coreano, puesto que hay muchas miradas, que también transcurren por aquí, como la de Zigmun Bauman y otros pensadores más históricos que contemporáneos.
Pero me parece extraordinario que alguien como Han pueda en cada libro, realizar a golpe de escalpelo, una disección tan brutalmente precisa de nuestra sociedad, y a su vez, relatar esa disección con la frialdad de cirujano experimentado.
En La Salvación de lo Bello, Han, equipara el modelo social que ha renegado de toda negatividad, donde todo está hormonadamente positivado, hasta llegar a la estupidificación de un nuevo código binario basad en el me gusta, no me gusta, con una estética de lo bello estructurada a través de ciertas cualidades como son lo liso, lo pulido y lo manufacturadamente impecable.
Esta manera de entender el estándar de belleza que impera en nuestra sociedad hiperconsumista, y que podemos reconocer no solamente en el arte de Jeff Koons, por poner el mismo ejemplo del libro, sino en todas las expresiones estéticas de la contemporaneidad, desde los smarphones hasta la tersura de los cuerpos totalmente depilados, nos aleja de aquello a lo que la arquitectura debería aspirar a llegar, lo sublime.
Quizás parezca contradictorio contraponer lo bello y lo sublime. De hecho Eugenio Trías contraponía al ideal de lo bello la noción de lo siniestro.[2] Un ejercicio intelectual enormemente estimulante también.
Pero si tomamos una porción del texto de Trías y realizamos el ejercicio de substituir la palabra siniestro, por la palabra sublime, nos daremos cuenta que simplemente la belleza se invoca a través de la noción de lo siniestro en Trías, y de lo sublime en Han. En realidad hay una equiparación muy razonable entre lo siniestro y lo sublime en tanto que ambas concepciones proponen llevar hasta el límite la idea de belleza.
Afirmo allí que lo sublime es la condición y el límite de lo bello. La inmediatez y potencia de lo sublime destruye todo posible efecto estético. Pero la pura y simple represión de ese fondo oscuro hace a su vez imposible que el efecto estético se produzca. Luego, lo sublime es a la vez condición y límite. Sin referencia indirecta a lo sublime el objeto estético carece de fuerza y vitalidad, es decir de belleza,… El misterio debe mantenerse como tal.[3]
Dicho de otra manera, lo bello en la arquitectura no es más que la implosión de lo sublime en el seno de la misma. Y lo sublime, tiene una carga de negatividad necesaria. Lo sublime es sobrecogedor, disruptivo, incluso doloroso. En lo sublime, le negatividad del dolor ahonda la belleza.
Como dice Han, aquí lo bello es cualquier cosa menos tersura.
Lo bello es textura, rugosidad, imperfección, es en el extremo, error, grieta y desencaje.
Todas estas atribuciones de lo bello en lo sublime, nos recuerdan a la noción estética del Wabi-Sabi, donde la belleza de la materialidad se expresa a través de sus fisuras, sus manchas, sus partes oxidadas. A través de la sencillez brutalmente sofisticada de la construcción de las casas del te japonesas.
No sería ni lícito ni lógico recurrir al orientalismos para construir el relato de un reencuentro con la belleza.
Creo que tanto la modernidad como la postmodernidad han producido suficientes estructuras conceptuales para valernos por nosotros mismos en la tarea de construir ideas ligadas a lo bello y a lo sublime. Lo que si me parece remarcable es como desde dos ámbitos de la experiencia estética tan distantes como la centro europea y la japonesa, se pueden llegar a nociones e incluso a definiciones cualitativas parecidas que remiten a los atributos antes mencionados, lo rugoso, lo imperfecto, lo texturado.
En ese sentido, el recurso de la mano del hombre, y con ella su imperfección, su falta de condición mecánica y la necesidad de experiencia remiten a que en la base de lo sublime se esconde la huella de aquel que construye la arquitectura como vehículo que transciende la belleza.
En otras palabras, solamente en las leves imperfecciones de los movimientos repetitivos de las manos sabias de aquellos que construyen nuestras arquitecturas, en las rugosidades casi imperceptibles de la acumulación de material en una esquina, en los leves desencajes de la gama de color de un muro se esconde lo esencial.
En esas pequeñeces reside la grandeza de lo sublime.
En la imagen una fotografía de Víctor Enrich Measure de 2015 donde se relaciona el Pabellón de la República de Josep Lluís Sert, reconstruido en Barcelona, con el Storefront for Art and Architecture de Steven Holl de Nueva York. Más información en http://victorenrich.com/post/130542236184/measure
[1] HAN, Byung-Chul, La Salvación de lo Bello, Editorial Herder, Barcelona, 2015
[2] TRÍAS, Eugenio, Lo Bello y lo Siniestro, De Bolsillo Random House Mondadori, Barcelona, 2011. Una de las recientes reediciones del ensayo.
[3] TRÍAS, Eugenio, Ciudad sobre Ciudad, Arte, religión y ética en el cambio de milenio, Editorial Destino, Barcelona, 2001 p. 173. Repito, me he atrevido a substituir la palabra siniestro por la palabra sublime y observar como de forma sorprendentemente lógica, esta traslación, funciona extraordinariamente bien.