Patologías

Patologías

                                      Allí donde la realidad se transforma en simples imágenes, las simples imágenes

se transforman en realidad [1]– Guy Debord

Nuestros tiempos hipermodernos[2]están marcados por el exceso, la flexibilidad y la porosidad de una nueva relación con el espacio y el tiempo[3]

De hecho hace tiempo que hablamos de las situaciones traumáticas a las que la hipermodernidad nos arrastra. Estaría bien por tanto que pusiéramos en relación las características de esta sociedad hipermoderna y sus patologías asociadas. Solamente así podríamos establecer un diagnóstico preciso que permitiría en consecuencia desarrollar la terapia necesaria para la supervivencia. Algo así como un manual de supervivencia de la hipermodernidad.

La mundialización y la flexibilidad generalizadas de la economía, conjugadas con la confusión enervada que las tecnologías de la información y la comunicación inducen en forma de reactividad, cada vez más inmediata, auguran el triunfo aplastante de la lógica del mercado y la ruptura de todas las estructuras de construcción de la entidad individual, así como de la entidad colectiva.

Esta ruptura de límites, el límite del espacio total y el límite del tiempo luz, conduce a la configuración de un individuo instalado en la emergencia compulsiva donde su comportamiento esta guiado por el exceso. Exceso de experiencias, exceso de relaciones, exceso de trabajo, exceso de ocio… en fin todos los excesos posibles. Este agazapamiento en el exceso conlleva un consumo de recursos que ha tocado fondo. Y no me refiero solamente a los recursos naturales que el planeta pone a nuestra disposición, sino a los recursos propios que atesora cada individuo. El tiempo finito de cada individuo, sus capacidades, su formación y sus espacios de reencuentro.

Todas las dimensiones individuales se ven superadas por la reactividad online e instantánea, se ven arrastradas a un tiempo sin tiempo, a un tiempo 0 para todo.  Y es que como individuos, no tenemos más recursos que nosotros mismos y nuestra estructura social. No existen recursos más allá de nuestra determinación y un tiempo limitado. Es más, podemos tener una gran inquietud, una gran capacidad de aprendizaje, pero la atención por definición es única, es decir, solamente nos podemos focalizar en una cosa a la vez. Quizás nuestra atención dibuja una constelación de aspectos que nos interesan o incluso nos apasionan, pero ejercer la atención es unidireccional. El cerebro para crear y producir debe abstraerse de ruido envolvente. Y eso es precisamente lo que ha explosionado al galope de la aceleración del tiempo, el ruido de imágenes, conceptos, esencialidades y banalidades, relaciones a distancia, redes sociales, etc.

Quizás el tema más estructural tanto para lo bueno como para lo malo, y me atrevería a decir lo muy malo de esta hipermodernidad, es el concepto del tiempo. Para entender esa imagen  me parece pertinente la imagen que Byung-Chul Han rescata en Hiperculturalidad[4]de un fragmento póstumo de Vilém Flusser donde de forma muy gráfica habla del tiempo de la imagen, del tiempo del libro y del tiempo del bit.[5]O como Han apunta, dicho de modo geométrico: el tiempo de la superficie, el tiempo lineal y el tiempo puntual.El tiempo de la imagen corresponde al tiempo mítico. Aquí gobierna un orden abarcable. Cada cosa tiene su lugar inamovible. El tiempo del libro pertenece al tiempo histórico. A este le es inherente la linealidad histórica; es una corriente que desliza desde el pasado y se dirige hacia el futuro. Cada proceso hace referencia al progreso o a la decadencia. Por el contrario, el tiempo de hoy, el tiempo bit, no tiene ni un horizonte mítico, ni uno histórico. El tiempo bit, el tiempo punto carece de un horizonte abarcador. Posibilidades sin horizonte mítico u horizonte histórico zumban como puntos. Además esas posibilidades viene hacia mí, son el futuro. A donde mire, allí es el futuro. Para introducir un grado de complejidad en este tiempo punto, Han apunta, las posibilidades se amplían, siguiendo a Flusser, cuando incluyo al otro en mi tiempo, es decir cuando lo reconozco.

De esta imagen a dos manos construida entre Han y Flusser, se me ocurren dos reflexiones. La primera es la del tiempo como materia prima en arquitectura y la consecuente complejidad inherente en la disciplina al tratar a la vez el tiempo imagen, el formato por excelencia de nuestra profesión, el tiempo lineal, en tanto que mediante la arquitectura construimos relatos de ida y vuelta entre el pasado, el presente y el futuro, y el tiempo de la contemporaneidad, el tiempo punto, o lo que en otros textos, he llamado como tiempo enjambre. Quizás por eso, la arquitectura se resiste todavía a la banalización, aunque a veces no lo parezca, y sigue siendo una profesión de gente mayor, una actividad que usa la experiencia como palanca para su ejercicio. Esta idea del tiempo ya la he tratado aquí en varios escritos, y ha sido largamente evocada y desarrollada en muchos otros textos de pensadores mucho más incisivos y profundos.

Para no apartarme de la línea argumental de este texto, me parece interesante hablar de cómo este tiempo de lo inmediato, este tiempo 0 al que me refería, y que nos supera como un tsunami de multi-focalidades, como una constelación de multi-futuros, genera tanto patologías físicas como psicológicas, que en mayor o menos medida inciden en nuestro día a día.

Hay que decir sin embargo, que a cada tiempo y a cada momento de la historia, o de la histeria, que vendría a ser la historia contemporánea, le corresponden unas patologías especificas. Eso no es una novedad. En cada momento, especialmente en los tiempos de cambio, han surgido nuevas expresiones en forma de enfermedad, entre el tiempo cambiante y el individuo envuelto en ese tiempo. Las guerras, las plagas, las enfermedades son la expresión clara de esos desencajes históricos.

Las patologías del individuo hipermoderno son el reflejo del modo de funcionamiento de nuestra sociedad, como decía, histérica. Patologías de la reactividad, como las adicciones a las sustancia destinadas a sostener un ritmo de respuesta y unas capacidades siempre exageradas, patologías alimentarias como la obesidad o la anorexia, que constituyen en sí mismas formas de experimentación con los últimos límites del cuerpo, patologías profesionales de la sobrecarga, ligadas al hiperfuncionamiento, en las que el individuo queda expuesto a sus limitaciones y desemboca en una desconexión brutal, lo que en términos anglosajones se conoce como un burnout, o los procesos de rotura psicológica ligadas catástrofes personales que hoy en día parecen imprescindibles en cualquier trayectoria, lo que en francés se conoce como las 3 D’s, Divorce, Depresion et Dêpot de Bilan, que traducido significa el divorcio, la depresión y la ruina, y no necesariamente en este orden.

En definitiva patologías que se sufren desde la individualidad pero se explican desde una lógica social, buscando siempre ser más productivos, más efectivos, cabalgando sobre un ritmo cada vez más acelerado, sobrepasando una y otra vez todos los límites.

Quedaría por entender aún, como hacemos compatible el tiempo patológico y la arquitectura que abarca todos los tiempos posibles.

[1]DEBORD, Guy, La Société du Spectacle, Gallimard, París, 1961

[2]La idea de Hipermodernidad ha sido ampliamente elaborada por autores como Marc Augé, Gilles Lipovetsky, François Ascher, Maurice Gauchet, Sébastien Charles o Nicole Aubert

[3]FONTCUBERTA, Joan, La Furia de las Imágenes, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016

[4]HAN, Byung-Chul, Hiperculturalidad, Herder Editorial, Barcelona, 2018

[5]Flusser, Vilém, Die Zeit Bedenkenen Lab. Jahrbuch für Künste und Apparate, Ed Walter König, Colonia, 2002

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