La fascinación de Paul Valéry

La fascinación de Paul Valéry

El conocido libro de Matila Ghyka Le nombre d’or. [1] contiene una carta de Paul Valéry que por el interés histórico y por la personal visión que aporta de las matemáticas y la geometría el poeta y filósofo francés vale la pena reproducir íntegramente aquí.

Querido señor:

Su manuscrito me ha acompañado en todos mis cortos paseos por los alrededores de París. Le he dedicado el poco de espíritu que me queda después de un año de laborioso trabajo. Estoy seguro de que lo gustaré mejor aún, cuando haya podido meditar más profundamente en su plena y preciosa sustancia.

Este libro faltaba. Ahora existe. Condensa lo que hay de preciso en estética. Me maravilla su amplitud de información. Admiro, sobre todo, el modelado personal que supo imprimir a una materia tan considerable y tan compleja. El eterno deseo de encadenar la morfología física y biológica a la ciencia de las formas creadas por la sensibilidad y por el trabajo humano; la necesidad de comparar y de conjugar las estructuras y arquitecturas naturales y las construcciones del artista, las matemáticas que aparece o que asoma en las primeras y las fórmulas, aparentemente arbitrarias, que sirven en las artes, es el tema, cuya extensión ha explorado, cuyas partes ha ordenado y cuyos problemas ha enunciado con tanto éxito.

¡Qué poema el análisis de Φ!

Canta usted esa prodigiosa y proteica expresión, esa magnitud cuya ubicuidad y proliferación hacen pensar en algún importante ‘invariable’ de nuestro sensorial, y la celebra con una ciencia y un entusiasmo que a mí me resulta delicioso. Porque pretendo, y lo he hecho precepto de mi estética personal, que en el orden del espíritu hay potencias de pasión y de ‘sentimiento’ tan fuertes, aunque más raras, que en el orden del ‘corazón’…

No obstante, no puedo menos que observar que este número phi, de propiedades maravillosas, podría seducir a los artistas para servirse de él descuidando la magnitud de ejecución, la materia y la localidad de las obras. Pero en todas las construcciones, ya se trate de máquinas, edificios u obras de arte, se plantea el gran problema de la semejanza entre el proyecto o el modelo y la obra. Lo que es posible y conveniente en cierta escala, no lo es en otra. Incluso en el orden mecánico este problema sólo está resuelto de un modo imperfecto. No sé si en el orden estético se haya planteado alguna vez en toda su generalidad.

Ahora bien, la tendencia del espíritu es concebir las formas, las relaciones, la dependencia de las partes, sin reparar en la materia ni en la magnitud. La geometría pura vive de esta ignorancia. No se preocupa de las unidades de medida, y se declara ‘verdadera’ en toda la escala.

Pero lo propio del técnico y del artista es, por el contrario, instituir y mantener, durante su operación, un temperamento, o cambios tan íntimos como sea posible entre lo que desea y busca y lo que le ofrece o le niega el conocimiento que tiene de su materia y del estado final y real de su obra. De estas observaciones resulta que se puede imaginar fácilmente una especie de conflicto entre la particularidad de la producción de las obras de arte, en que cada una es una solución singular de un problema que jamás se reproducirá exactamente, y la generalidad del precepto estético que representa y precisa el número phi, el cual no debe utilizarse ciega y brutalmente, sino considerarlo como un instrumento que no puede prescindir de la habilidad y la inteligencia del artista. ¡Al contrario! Debe excitar al artista a desarrollar estas cualidades, y aquí es donde intervienen las propiedades, tan notables, de vuestro Número de Oro.

Leyendo sus páginas, no puedo evitar el pensar un poco en la Literatura. Por desgracia, este arte cede a los otros, en lo que concierne a la búsqueda de razones intrínsecas, la observancia de proporciones y de condiciones formales… Nada hay en ella de sección áurea. Siempre soñé con edificar alguna obra secretamente armada de convenios razonados y fundados sobre la observación precisa de las relaciones entre el lenguaje y el espíritu y siempre he retrocedido ante la dificultad excesiva, el inmenso trabajo de rehacer una concepción tan neta de la literatura, que permita razonarla. Y luego: ¿para qué?, me dijo el tiempo.

Creo, y se lo auguro, que su notable síntesis tendrá lo que se merece. No sólo en cuanto a la acogida, sino a su influencia. El equilibrio entre el saber, el sentir y el poder, está hoy roto en las artes. El instinto sólo da fragmentos; pero el arte magno debe corresponder al hombre completo. La Divina Proporción es la medida generalizada. Una especie de misticismo, un esoterismo (que fue tal vez necesario) se reservaron en otro tiempo estas verdades, muy delicadas y difíciles de establecer. ¿Han dañado, por esta restricción, al progreso de las investigaciones; o fueron más bien afortunados al hacer llegar hasta nosotros resultados de experiencia convertidos en principios tradicionales, que sin esta transmisión oculta de poderes, hubieran podido perecer en el curso de las edades? No lo sé. El celo tiene sus virtudes y su profundidad. El secreto seduce y anima. Pero nuestro tiempo quiere producirlo todo y para todos. Quiere definirlo todo. Sometiendo tal vez a su examen los problemas mágicos del arte, pensará que no se trata, en el fondo, más que de encontrar en el dominio de la sensibilidad refinada, métodos del mismo poder que los que se han demostrado tan fecundos en el análisis del Universo de la Extensión…

Paul Valéry

El número de oro ha ejercido una gran fascinación a lo largo de la historia hasta el punto que es posible recorrer el pensamiento de la humanidad desde tan áurea proporción.[2] Su influencia seguirá durante el siglo XX hasta la aparición de El modulor de Le Corbusier en 1948 que podría ser la última gran obra que se fundamenta en la sección áurea para generar un conocimiento y una estructura nueva de la realidad. Quizás faltaría en la literatura un esfuerzo semejante al que hizo Le Corbusier con El modulor en la arquitectura, de la manera como según se acaba de ver, Valéry confiesa haber soñado alguna vez.

 

En la imagen, un fragmento del libro original de 1920, del poema de Paul Valéry, Le Cimèntiere Marin que, en una de sus publicaciones y traducciones en castellano, fue prologado por Jorge Luís Borges. Ya que hablamos de fascinación, me parece muy intrigante y fascinante a la vez, la conexión de ciertos autores con la arquitectura, el mismo Valéry y Borges son una clara prueba de ello. Más información en http://borgestodoelanio.blogspot.com.es/2015/10/jorge-luis-borges-prologo-paul-valery.html

[1] GHYKA, Matila, El número de oro, Poseidon, Barcelona, 1968 (1931) pp. 9 a 11.

[2] BONELL, Carme, La divina Proporción. Las formas geométricas, UPC, Barcelona, 1994.

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