La Demonización de la Cultura
Leo apesadumbrado una de esas falsas polémicas basadas en falsos problemas acuñadas por mentes falsas. Intento explicar la esencia de lo que he leído y comparto así mi escasa capacidad para comprenderlo, porque tengo la sensación de vivir a caballo de falsos debates, entre falsas noticias y falsa cultura.No ironizo si digo que cada vez más me enfrento a momentos en los que confieso que me siento perdido. No entiendo ni el sentido ni la dirección de ciertas situaciones que me dejan atónito. No soy capaz de ver más que un constante y burdo intento de demonización de la cultura en todos sus campos, en todas sus acepciones y todas sus expresiones. La arquitectura, por supuesto, entra en ese intento de exterminio.
Entro en una de esas situaciones: a raíz del éxito de una joven cantante, es decir, entramos supuestamente de lleno en la creación cultural, un grupo étnico acusa a la interprete, no hay que olvidar tampoco al genial productor de esas canciones[1], de cometer un acto de apropiación cultural. Casi se les acusa de robo a música armada.
Tal como yo lo leo, esa acusación viene a decir que toda la producción artística y cultural de un grupo étnico, o geográfico o idiomático, solo puede desarrollarse bajo el paraguas de la pertenencia o adscripción a una etnia específica, a una zona específica o a una lengua específica. En otras palabras, si no soy gitano, no puedo tocar una rumba, si no soy inglés, no puedo componer rock’n’roll, o si no hablo francés no puedo cantar es ese idioma, o incluso aún peor, no puedo inspirar mis letras o mi música en la chanson française.
Es decir, la cultura pertenece a alguien, es un signo de propiedad, un coto, y no solamente se me niega el derecho a reconocer e impregnar mi propia cultura con la de otros, ya sea el flamenco, el rock o la chanson, sino que además, ya que no puedo perpetuar su influencia en mi construcción sensible, mejor ya ni escuchar ni consumir expresiones culturales que no me sean las propias. Así las cosas, debería mantenerme culturalmente puro y evitar la degeneración que forzosamente provoca la huella y la transformación en mí de la confrontación a lo otro. Lo otro, culturalmente hablando, debería ser herméticamente clausurado como expresión asépticamente necesaria de la existencia de otros, pero ni pensar en que esas culturas impacten en la propia.
La supuesta razón que se atribuye a la idea de apropiación, es que una cultura, normalmente dominante, eterniza esa dominación si se apropia de otra en alguna de sus expresiones. O dicho más sintéticamente se considera que la apropiación cultural reduce lo otro a lo propio.[2]
De forma excepcionalmente incomprensible, no se da la más mínima oportunidad a que sea lo otro lo que impacta en lo propio y lo acerque, lo asuma y lo relige en una nueva asociación creativa y transformadora.
En realidad, tal como evoca Byung-Chul Han, comprender se vuelve sospechoso. Añadiría, que incluso sentir curiosidad, aprehender, es decir hacer tuyo lo otro en términos literales, se asemeja a un rapto con fuerza.
Han prosigue, la apropiación no es, en sí misma violencia. La explotación colonial, que elimina lo otro en favor de lo propio y de lo mismo, debe diferenciarse rigurosamente de la apropiación.
Más adelante, el filósofo resume acertadamente, sin apropiación tampoco la renovación tiene lugar.
¿Qué diantres es la cultura sino cruces, hibridaciones e influencias?
Para apreciar la inconsistencia del argumento, lo podemos pasar a la arquitectura.
Si los padres del movimiento moderno son franceses y alemanes, eso querría decir algo así como que la arquitectura de, por ejemplo, el gran maestro tapatío Luís Barragán, consiste en una perversa apropiación cultural de un movimiento arquitectónico centro europeo. Si, efectivamente, una afirmación así sería una nueva muestra de estupidificación de la humanidad en la forma de un posicionamiento folclorista y retrógrado.
Aquí se abre una subsecuente ilógica del argumento que aboga ciegamente por la apropiación cultural: si la apropiación se realiza de un ámbito cultural dominante a otro no dominante, se entiende que existe un rapto, sin embargo, si dicha apropiación lleva la dirección inversa, de un ámbito cultural no dominante a otro dominante, ¿es entonces apropiación? ¿Es venganza cultural? ¿Se considera que es lícita la contradominación cultural?
Y es que lo peor que se puede hacer es no entender la línea gruesa que separa cultura y folclore, una es creación, y por definición debe ser bastarda, multifocal y mestiza. La creación es síntesis, es transposición discursiva, es siempre la desviación de un origen. La cultura es quedar impactado por las máscaras africanas, y que un malagueño invente el cubismo en París pintando una escena de burdel. Eso es cultura!
El folclore es reproducir un esquema, es tribal, necesario sin duda, pero no es creación, es reproducir sistemáticamente un código perpetuado, y su valor es el de la fidelidad a la reproducción de precisamente ese código. En otras palabras, el folclore no es nunca creación, la cultura lo es siempre. Y esencialmente eso es porque, volviendo a Han, quien se apropia de lo otro no sigue siendo igual. La apropiación arrastra consigo una transformación de lo propio, cosa que el folclore y el costumbrismo nunca lo permiten por definición.
La cultura es disrupción, es colocar un urinario en una pared y provocar un terremoto, es dejar que un creador transforme un símbolo en una expresión salvaje de una época, es dejar que se ilumine nuestra sensibilidad cuando recibimos códigos de información y conocimiento aparentemente contrapuestos y que el resultado sea una nueva manera de ver, de sentir, de amar!
La cultura es amor, nunca mezquindad. La cultura es dejarse impregnar, empatizar, temblar a partir de una expresión claramente codificada y crear una realidad nueva, fascinante, abierta.
La cultura es abrir, nunca cerrar. La cultura es apropiarse de todo, jerarquizarlo y regurgitar una nueva esfera sensible.
No es tan difícil de entender, aunque si que es muy difícil de realizar.
Crear es siempre creer en algo, y abrirlo a lo imposible.
Crear es robar con cariño, es apropiarse de lo que sea, de lo de siempre, de lo que haga falta. No puede ser tan difícil de entender, crear es abrir a lo sensible. Sea de donde sea, venga de donde venga, se cante o se cuente, como se cante o se cuente.
En definitiva, la idea de apropiación cultural viene a demonizar la cultura cuando en realidad es en el límite un oxímoron tan improbable como perro verde.
En todo caso, tal y como la tradición de la buena arquitectura nos ha enseñado, tomemos prestado todo lo necesario, venga de donde venga, se construya como se construya y se dibuje como se dibuje. Seamos mestizos, bastardos e híbridos.
Es la única salvación de la cultura!
La imagen del post es un fragmento del álbum de Rosalía y Refree, Los Ángeles, Universal Music, 2017. En la web de la discográfica se explica lo siguiente: Raül Refree tenía en mente un trabajo en el que el punto de partida fuera la guitarra flamenca, sus recursos y sonido, pero que la actitud y la intención fueran las del punk. Y que el acercamiento a las piezas, la ordenación de su intensidad, tuviera que ver con la música popular. Dicho de otra manera, mezclar algunos de sus grandes referentes como Marc Ribot, Fugazi o John Fahey con el toque antiguo y visceral de Pepe Habichuela. Él cree que la fuerza del punk o el rock enlaza con las guitarras del flamenco antiguo, salvajes por momentos, intensas y vacías, más pendientes de acompañar al cantaor que del virtuosismo. Y esa visión desde fuera, posiblemente incomprensible para algunos, desafía los estándares y es fuente de cambio, razón de un nuevo lenguaje. Rosalía por su lado, conocedora del flamenco, de sus cantes y sus letras, apasionada de las dicciones ágiles y las voces laínas del flamenco antiguo, investigó para construir un repertorio alrededor de la muerte en el que la mezcla final de letras va más allá de su propia elección: resulta en una poética de gran emotividad, que abofetea y acaricia a partes iguales.
[1]Raül Fernández, Refree. https://www.raulrefree.com
[2]HAN, Byung-Chul, Hiperculturalidad, Herder Editorial, Barcelona 2018
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