Sólida y Líquida y Gaseosa

Sólida y Líquida y Gaseosa

La manera habitual de vivir en nuestra sociedad nos ha llevado a una concepción que tiende a una constante madeja de cambios sin fin.

Las consecuencias de haber aniquilado el pasado, con el tradicional papel de ancla y fijación de conocimiento y costumbres que ha tenido hasta hace muy poco, y la inflación exagerada de novedades proporcionada por un futuro plagado de promesas obsoletas, ha proporcionado metáforas tan felices como la vida líquida de Zygmunt Bauman,[1] por poner un ejemplo.

La imagen que evoca Bauman es bien conocida. Asimilamos a un comportamiento líquido, donde todo cambia y nada permanece, en palabras de Heráclito, el modelo de funcionamiento de nuestra sociedad atiborrada de nuevos comienzos y también de incesantes finales. La cadena de supuestos acontecimientos es imparable, la hiperconectividad global nos permite acceder a una cantidad ingente de información que condiciona nuestro devenir diario. Se supone que la explosión de un volcán, la caída del precio del crudo y la revuelta social de un país en proceso de consolidación democrática nos permite tener más conciencia de nosotros mismos y de lo que nos rodea. De esta manera, en apenas un minuto, hemos realizado un viaje de miles de kilómetros y nos hemos zampado unas migas de realidad, que no por distante, debemos de tener en cuenta. A esto se le llama un ciudadano informado.

La pregunta, sin embargo, quizás debería ser, ¿y?, ¿es necesario conocer en tiempo real lo que ocurre en cada rincón del planeta? Es más, como eso es objetivamente imposible, ¿somos conscientes que a aquello que accedemos es a una versión modificada, matizada y manipulada, para bien o para mal, de lo que ocurre en el planeta? Es evidente que no podemos tener testimonios de primera mano de todo lo que está pasando, y por tanto nos vemos obligados, dada nuestra sed de realidad, a fiar nuestro acceso a la información a un conglomerado de agencias de noticias, objeto constante de lecturas sesgadas.

Esta constatación, sin duda nos lleva a otra reflexión. ¿Es necesario estar cabalgando incesantemente sobre las olas de una sociedad y una modernidad líquida?

Una cierta resistencia a la liquidez de nuestro entorno esta surgiendo a raíz de la gran catástrofe social y financiera de esta última década.

Pero contrariamente a lo que podamos pensar, desacelerar nuestro modelo social, llevarlo al terreno de lo cercano y solidificar nuestro ámbito de interacción con la realidad, no solamente es imposible, sino que corre el serio riesgo de, por un lado tomar la opción reaccionaria y conservadora de lo local, y por otro, abandonar la concepción de lo global y dejarla en manos de la codicia y la corrupción intelectual.

Por tanto esta conjetura que para resumir nos obliga a escoger entre una realidad sólida y apaciguada o una liquida y vertiginosa, o en otras palabras, en el kilómetro 0 o la velocidad de la luz, es claramente ineficiente y finalmente imposible de organizar.

Ineficiente por la magnitud del sacrificio que deberíamos hacer si fuéramos mínimamente consecuentes con una decisión tan radical. Si nos quedáramos enclaustrados en lo local, como ya he apuntado antes, dejaríamos lo global para las fuerzas implacables de la explotación y la extracción. Sean estas fuerzas las dedicadas al talento o a los recursos naturales, dejar que otros se dediquen a lo global es hoy el suicidio de lo local. No podemos ni debemos dejar en otras manos la concepción global de la realidad, sino queremos pasado mañana desaparecer de un plumazo. Desacelerar solamente es posible si lo hacemos todos, a la vez y coordinadamente. Algo que a día de hoy, con las desigualdades que existen en el mundo es claramente imposible. Por ello nunca han triunfado las bienintencionadas ideas del decrecimiento como estrategia de avance, que de forma inexorable, nos llevaría a la autopobreza.

Por otro lado, somos ya conscientes que no podemos dejarnos llevar por la histeria líquida de una sociedad hiperconsumista, diseñada desde la obsolescencia programada que posterga la ética para un dudoso mañana inexistente. Lo líquido, potencia incontenible, es una derrota absoluta y rápida por todo por lo que nuestros padres y abuelos lucharon. Por tanto, dejarnos ahogar por la corriente brutal de lo líquido es también ineficiente en tanto que conlleva el germen de nuestra desaparición.

¿Cuál es por tanto la salida? ¿un nuevo estado de la materia? ¿aceptar que al final toda nuestra dinámica vital deberá convertirse en una gaseosa nebulosa de acontecimientos excitados e inconexos?

Evidentemente no hay recetas, pero si que me parece interesante apuntar alguna estrategia.

Creo que hay tres aspectos con los que debemos familiarizarnos y que lejos de provocar el inmovilismo, deberiamos ser lo suficientemente abiertos de mente y sagaces de mirada para transformarlos en nutritivos y disruptivamente creativos. Me refiero a la complejidad y la contradicción.

No, no he cometido un error, los tres aspectos centrales a los que me refiero son la complejidad, la contradicción, y el factor “y”, léase y griega. Y curiosamente una de las inspiraciones más cruciales para diseñar una estrategia válida y eficiente a la elección que evocaba antes, es como ya se puede sospechar el libro de 1962 de Robert Venturi, Complejidad y Contradicción en Arquitectura.[2]

Les emplazo a volver a leer el libro, su brillante manifiesto inicial y volver entonces a mirar de cara a la realidad.

Veremos como ya en ese lejano 1962, Venturi daba la pauta del factor y griega, cuando dice: Prefiero ‘esto y lo otro’ a ‘o eso o lo otro’.

En otras palabras, la sociedad y la vida, no es que se hayan vuelto líquidas, es que son sólidas, líquidas y gaseosas, en realidad como lo es la arquitectura, sólida por su perennidad y líquida por su capacidad de cambiar la sociedad y gaseosa en tanto que surge de un proceso disruptivo. Lo que debemos aprender para poder gestionar esa multiplicidad de estados simultáneos, es manejar la complejidad de forma natural, asumir nuestras contradicciones sin culpabilizarnos y entender que todo es “y”, todo es a la vez, lo sólido es a la vez que lo líquido y es a la vez que lo gaseoso.

Por tanto, debemos comprender la manera de hacer compatible el kilómetro 0 y la velocidad de la luz. Y por si fuera poco, además, mantenernos cuerdos.

Una última pista. Si debemos abarcar la realidad simultáneamente a partir de las diferentes velocidades que evoca la idea de lo sólido, lo líquido y lo gaseoso, deberemos quizás dejar de abarcar tanto en otros aspectos de nuestra existencia. Bauman sabiamente propone que entre las artes del vivir líquido moderno y las habilidades necesarias para ponerlas en práctica, librarse de las cosas cobra prioridad sobre adquirirlas.

Me parece un buen consejo.

En la imagen una instalación de Luka Fineisen, Ergänzung del 2008. Más información en http://www.lukafineisen.de

[1] BAUMAN, Zygmunt, Vida Líquida, Editorial Paidós, 2006, Barcelona

[2] VENTURI, Robert, Complejidad y Contradicción en la Arquitectura, Gustavo Gili, Barcelona, 1972, (1962)

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