Síndrome de Pertenencia

Síndrome de Pertenencia
Pertenecer a un lugar, o sentir que un lugar te pertenece, que a la postre, viene a ser lo mismo, configura una compleja malla de emociones, relaciones, recuerdos y proyecciones. La percepción de que tal o cual lugar me pertenece, es decir, que forma parte de mi identidad personal, es una construcción que lleva tiempo y sin duda es un espacio entre psicológico y sociológico lleno de registros.
Cabe aclarar en este punto que entiendo la idea de pertenencia solamente en el marco estricto del plano personal o a lo sumo familiar, y nunca territorial. Por consiguiente, en tanto que personal o familiar, no puedo entender el hecho de sentir un apego o un sentimiento de pertenencia a un territorio, sea este un estado o una nación, pues la condición fundamental para establecer un grado de pertenencia, bajo mi punto de vista, siempre debe surgir de una experiencia física, emocional e intelectual, por lo que cuando se amplia esta idea de pertenencia, mal llamada identidad, hasta topar con algún límite, sea físico, cultural o administrativo, simplemente no puedo legitimar esa conexión por falsa e ilusoria.
En otras palabras, no existe una identidad nacional porque no puede existir una experiencia de proximidad prolongada con un territorio que no ha sido visitado en profundidad, o vivido por un periodo de tiempo substancial. Dicho de otro modo, no puede estructurarse una identidad sobre lo desconocido, si eso entra en el ámbito de una realidad tangible. Al contrario de lo que pasa con las ideas y los conceptos, donde pueden construir una fuerte identidad a pesar de ser algo conceptual y atmosférico, simplemente producto de un intelecto.
La mezcla del agua con el aceite, la conceptualización de algo tangible o el intento de fisicalizar algo conceptual, me parece algo difícil de digerir.
El ámbito geográfico mayor que puedo asumir como capaz de crear un sentido de pertenencia es la ciudad en la que uno vive habitualmente, e incluso a veces creo que ese ámbito geográfico es demasiado amplio, y se debería circunscribir al barrio, o mejor, a los recorridos habituales que construimos domésticamente por la ciudad.
Sea como sea, la idea de pertenencia, es sin duda una especie de magma difuso ya tratado en una lejana sesión del Team X del CIAM IX.
La pertenencia urbana se entiende pues como la relación entre la arquitectura y la ciudad y esta situación es cada vez menos reconocible. Por tanto me parece muy pertinente abordar, como desarrolla en su tesis doctoral Ferran Grau, la idea de des-pertenencia urbana.[1]
Según Grau, la des-pertenencia equivale a la ausencia de diálogo urbano, arquitectura-ciudad, y por ende, a la falta de desarrollo de la textura urbana. El resultado es la “solitud” de la arquitectura, que no soledad como precisa Manuel de Solà-Morales, e incluso la solitud del espacio público. En el hipotético caso de que el realismo crítico decidiera construirse más allá del ámbito supralocal, sería necesario, ante todo, revisar la idea de des-pertenencia en otras culturas. La pertenencia es, a nivel supralocal, europeo, una condición que identifica el realismo por medio de su interés por lo cultural, lo cual se traduce en una arquitectura vinculada al espacio público y viceversa. En este sentido, la progresiva disolución de este vínculo y la consecuente consolidación de la idea de des-pertenencia han promovido la recuperación de una textura urbana basada, por encima de todo, en recursos arquitectónicos.
En este caso se habla aquí de la relación de pertenencia o su contrario, de des-pertenencia, entre la arquitectura entendida como objeto, y la ciudad entendida como multiplicidad de códigos. Creo que es perfectamente ampliable ese binomio a un trio que vendría a referirse a las escalas de la realidad urbana, la escala metropolitana, la escala urbana y la escala humana, que traducida sería, ciudad, arquitectura e individuo.
La voluntad de pertenencia fomenta relaciones arquitectónicas basadas en la naturaleza de lo construido, la materialidad, los sistemas constructivos, el lenguaje arquitectónico y el contexto socioeconómico entre otras, continua Grau. La voluntad de pertenencia en las personas, igualmente crea un tipo de relaciones cruzadas y ricas entre la naturaleza de un espacio urbano, el uso especifico del mismo y la materialidad de la arquitectura y de la biodiversidad que lo rodea. En otras palabras, construimos lazos emocionales a partir de la experiencia del uso que hacemos del espacio urbano. O siguiendo con Grau, el realismo crítico se integra en la ciudad construida, y por lo tanto pertenece a ella, tanto en los proyectos arquitectónicos, el lleno, como los de espacio público, el vacío, y muchas veces lo logra a través de una arquitectura anónima difícil de identificar como nueva.
Para el propósito de este texto, hago eco aquí de la investigación de Ferran Grau para precisamente comprender lo que he venido a llamar como Síndrome de Pertenencia, a la mitificación de un espacio territorial imposible de experimentar en todas sus facetas que conlleva la construcción de un falso debate acerca de la estructura nacional de las identidades y pertenencias del sujeto político por antonomasia, el ciudadano.
La condición de pertenencia empieza en el interior de nuestra educación, de nuestra psique y en nuestro entorno familiar y afectivo, y luego se proyecta hacia el exterior hasta topar con la frontera policéntrica de una realidad física que a la postre configuran toda una serie de registros de experiencias multiples.
Nunca un estado o una nación podrá incorporar una lógica de pertenencia real y emocional, a no ser que se fuerce el síndrome de pertenencia como cortina de humo para la manipulación y el tacticismo político de bajo vuelo.
En otras palabras, la idea de pertenencia lleva implícita la idea de un espacio emocional y físico no impositivo, no forzado, no dictado.
Acabando y coincidiendo con Grau, para Adam Caruso la ciudad contemporánea es una ciudad emocional. Y la ciudad emocional es aquella cuyo desarrollo urbano se basa más en la complejidad de la realidad, en términos fenomenológicos, que en los planeamientos teóricos apriorísticos.
Y quizás esto ultimo, la condición apriorística del síndrome de pertenencia me parece lo más grave y abusivo de una acción cegadora, de un neo-localismo que solamente busca el control social a través de la homogeneidad de ideas a partir de un a priori, constituido por unos pocos para sometimiento de muchos.
En definitiva, ante la imposición de una identidad prefabricada y apriorística, mutada en síndrome de pertenencia, me acojo a la saludable opción de des-petenecer, y refugiarme en mi patria particular, que como ya sabemos, es la infancia.
En la imagen la instalación de Christian Boltanski, Personnes, para la Monumenta2010. Paris, Grand Palais. La pertenencia al fin y al cabo la merecen las personas, no los territorios, y bueno es recordar antes incluso a seres desconocidos que a territorios conocidos.
[1]GRAU, Ferran, Proyectos Del Realismo CríticoEn La Era De La Simultaneidad. Debates sobre la gestión de la información y las actuaciones en la ciudad construida. Tesis codirigida por Josep Lluís Mateo y Eduard Bru. Universitat Politècnica de Catalunya
Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona, Departamento de Proyectos Arquitectónicos, Barcelona, 2013