La Aberración como Teoría Postcultural. Una Reflexión Distópica
Posted by miquel lacasta on 15 de octubre de 2018 · Deja un comentario

La Aberración como Teoría Postcultural. Una Reflexión Distópica
Si se realiza un ejercicio de exploración de los cimientos de la sociedad contemporánea y se examina el materialismo histórico marxista que se focalizaba en la capacidad del sistema productivo para someter a aquel famoso sujeto histórico de cambio que era la clase obrera, y lo confrontamos a la lógica del triunfo de la débil narrativa neocapitalista, observaremos, no sin cierto pánico, que el centro del pensamiento neocapitalista sembró la fragmentación actual en una sociedad que ha acabado totalmente dislocada. En otras palabras, la capacidad del neocapitalismo de someter y esclavizar a la humanidad ha sido finalmente muy superior a la del marxismo más áspero.
El lenguaje estructurado alrededor del modo de producción de la vida material postmoderna primero, e hipermoderna después, ha condicionado el proceso de construcción de la vida social, política y hasta espiritual, y ha contribuido decisivamente para liderar el sometimiento sexista, el supremacismo identitario, el condicionamiento tecnológico y la deforestación cultural de todos. Tanto los que quedan fuera del marco de su condición productiva, como los que están dentro. De los tres segmentos de clase de antaño, la clase trabajadora, la clase media y la clase poderosa, se ha pasado mágicamente a una argamasa global de clase empobrecida y a un minúsculo reducto de clase mega-rica. A cambio, eso sí, observamos como el neoliberalismo, ofrece libertad de elección, efectivamente, pero de forma planificada y perversa, esa libertad es condicional y permanece estrechamente vigilada.
Si, big brother is watching you, again.
La conciencia teologizada del cuerpo social de clase ha sido intercambiada por una narrativa deformable capaz de bascular sobre aquello que pueda interesar en cada momento a una dirección mercantil, inmersa en un ritmo de producción en tiempo real; es decir, lo que servía como palanca social, la conciencia de clase ha acabado transformándose en pura masa plástica, y, por consiguiente, el cuerpo de reflexión de la intelectualidad se ha vuelto blando y deformable a conveniencia. Un gran éxito para muy pocos. Un gran fracaso colectivo.
Dicho esto, se comprende, aunque genere rechazo, que la realidad deba provenir de la simple comunicación, de la pura intención anunciada, o ya extremando esta línea reflexiva, se podría decir que la característica principal de la sociedad actual heredera del materialismo histórico acontece y se despliega en una realidad postcultural. La cultura ya no existe, basta con anunciarla. En este sentido, la lógica de la postverdad, modelo de comunicación por antonomasia, solamente se puede entender desde la aberración de lo que significa la postcultura.
Siendo breve y brutal, el capitalismo sin rostro, como resultado de su expansión y operando históricamente como contramodelo del materialismo histórico, ha exterminado la cultura como eje vertebrador. Y la ha exterminado por atender solo a la raíz economicista del sujeto social, y olvidar o ningunear el vector emocional, relacional y tecnocrático del individuo y de su estructura social. Se conseguido anular, por la vía del engaño, el ansia individual, en favor de una concepción homogeneizada en lo estrictamente económico de la masa social. Aun más, la negación de la complejidad racional y emocional tanto de la unidad individual como de la masa social ha hecho quebrar la que tenía que ser la punta de lanza sobra la que iba a descansar la revolución. Hoy nadie reclama su condición obrera. Ni tan siquiera se aspira a pertenecer a la clase media. Aunque sea en forma de un sucedáneo nauseabundo, todo el espectro social aspira a una individualidad de neo-rico.
Dicho de forma explícita, la no cultura como eje vertebrador de una nueva alquimia social ha funcionado a través de una paradoja autocumplida, como en una película de Tarantino. Y como tal, es decir, como contradicción resuelta de forma brutal y paradójica, ha sucumbido a su propia aniquilación. En otras palabras, y haciendo un gran salto, la cultura, incapaz de sostenerse entre el antiguo marxismo material y el igualmente viejo capitalismo meritocrático, ha quedado barrida como sujeto clave para la construcción de un futuro posible.
De esta manera, el sujeto se intercala dentro del paradigma de la expresión del hipertexto, donde un enlace lleva a otro enlace, y este a otro, en un loop que incluye la verdad como una porción de realidad, reality bite, y la opinión tendenciosa en forma de novedad engañosa, fake new, creando así un engrudo que une minúsculas porciones de realidad más o menos veraz, en una lechada de postverdades que funciona como aglutinante. Por lo tanto, la premisa fundamental de la modernidad postcultural sugiere que la conciencia es capaz de constituirse en un loop fragmentado de microverdades.
No quedan grandes relatos. Apenas existen explicaciones plausibles de lo que somos, o en lo que nos hemos convertido. Y de existir, el sistema de consumo voraz lo marginaliza de forma descarada y lo desmenuza y fragmenta en una sopa boba de alto octanaje banal.
Las figuras que han representado el pensamiento y la reflexión se han visto desplazadas por una cohorte de vendedores del contexto, donde todo está a la venta, detrás de una imagen artificial y brutalmente seductora de lo que nos gustaría experimentar. No sin cierto sarcasmo, los lideres de esa casta de vendedores se vienen a llamar influencers. O lo que es lo mismo, lo que el mercado valida queda filtrado por unidades de influencia, que construyen vidas de aparador para ser expuestas a la vanidad propia y la demencia inalcanzable de extraños.
Nunca en la historia de la cultura hemos dejado en manos de analfabetos funcionales las riendas de aquello en lo que debemos creer, la esencia de lo que debemos adquirir como conocimiento o aquel lugar donde debemos ir para encontrar la fuente que explique lo que proyectamos ser.
Todos, absolutamente todos los individuos del planeta tienen derecho a su vanidad, pero antes la vanidad era meritoria, cultivada, leída, experta. Hoy la vanidad está simplemente vacía de todo contenido y es esencialmente banal. La vanidad ya solo es, en tanto que recipiente.
El tarro se ha comido los caramelos.
Visto así, todo es aberrante. Vivimos inmersos en la aberración, en un grave error del entendimiento, tal como lo define la RAE.
La aberración en suma está en la base de una teoría postcultural, donde el lenguaje es intrínsecamente imposible, porque todo es paradójico. Y la paradoja solo se desarrolla en el instante y en la acción.
No hay que desesperar. Pero tampoco esperar nada o a nadie. Sola hay que cultivarse, aunque sea una posición absurda por inútil y amanerada por estética.
Del cultivo de esa estética, una estética de resistencia, surgirá sin duda una nueva ética.
En la imagen, una fotografía del fotolibro The Castle del fotógrafo Federico Clavarino.
Lo interesante es hacer una arqueología del presente, mientras lo estás viviendo
Más información en http://lagrietaonline.com/lo-interesante-es-hacer-una-arqueologia-del-presente-mientras-lo-estas-viviendo-federico-clavarino/
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