Elogio del Descanso
Tras casi 200 artículos publicados y 10 años de investigación acerca de los fundamentos teóricos de la arquitectura, hace un año me impuse un respiro y una cierta reaproximación conspiradora con un tiempo personal siempre a remolque de la arquitectura, que simplemente, como una vez amablemente me enseño Alberto Campo Baeza, me permitió buscar un poco de silencio.
Doy gracias a todos los que durante este tiempo han configurado una amalgama de personas, a la vez, convulsa y variopinta, de las que me he beneficiado aprovechándome de su generosidad y su talento. En el intercambio con ellas, se ha ido creando un cuerpo de conocimiento de auténtico lujo que ha tomado muchas formas y expresiones diferentes y este polimorfismo es uno de los regalos mayúsculos que la arquitectura ofrece.
Y es que la arquitectura te obliga a interesarte por todo y por todos.
En este tiempo de receso he aclarado, espero que lo suficiente, mis ideas y he despedido, seguro que solo temporalmente, mis urgencias. Como resumen debo de admitir que mantengo intacta la curiosidad por aprender, y muy presente la diferencia entre el peso infinitamente pequeño de lo que conozco y la masa apabullantemente grande de lo ignoro.
Todos los arquitectos, ya desde nuestra época de estudiantes, participamos en mayor o menor medida de una ansiedad voraz por arquitecturizar, verbo totalmente inventado pero de reconocimiento inmediato entre enfermos de arquitectura, que vendría a ser, en una definición improvisada, algo así como la acción de centrar en la disciplina de la arquitectura cada una de las actividades desarrolladas a lo largo del día o de la noche, con ciertos ademanes de urgencia y ansiedad.
Arquitecturizar y descansar son, por tanto, totalmente antónimos. Diría más, descansar está muy mal visto entre arquitectos. Viene a mostrar debilidad y traición.
Sin embargo, en este periodo en el que he dejado de escribir con regularidad, he descubierto que lo mejor del descanso es que hay tiempo para pensar.
El descanso activo, como contrapartida de la actividad desaforada, abre la perspectiva de que todo puede cambiar en un segundo tiempo. En definitiva, dejar de escribir compulsivamente de arquitectura, permite aflorar el sentimiento de que no todo estaba dicho y por tanto se accede a un espacio donde lo imprevisible, se hace posible.
Me propongo resolver esta etapa de nuevos escritos intentando escribir como si descansara. Es decir, escribir permitiendo girarte y ver lo otro, escribir siendo consciente de tu lugar, escribir tomando aire y distancia, en definitiva, escribir con la certeza de que queda tiempo para seguir escribiendo.
En decir, simplemente voy a intentar escribir algo menos y algo mejor, lo cual llevará más tiempo y mayor disfrute. Y si lo consigo, mayor descanso, evitando así que el tiempo se arremoline de urgencias cuando no se encuentra el espacio.
O en otras palabras, escribir en ese preciso momento, en que como una bisagra, uno se permite el lujo de pensar que a todo se le puede dar la vuelta.
En la imagen, Le Corbusier recostado en su apartamento del numero 20 de la rue Jacob de París
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