La Aritmética del Desgaste
Me hubiera encantado encontrar por mí mismo un título tan extraordinario como este para uno de mis artículos, pero debo confesar que no ha sido así. Aritmética del desgaste[1] es un hallazgo feliz. Uno de eso libros que hay que comprar solamente por el título. Además resulta que es un libro de poesía, una primera obra de un abogado penalista, José Ángel González Franco. Simplemente me atrapó el título en un primer arrebato, y la poesía que encierra también en un segundo arrebato. Es magnífico y absolutamente recomendable.
Por si fuera poco, el libro viene prologado por Pere Gimferrer, un escritor que se asemeja a una especie de construcción extraña, que en lo arquitectónico podría ser un edificio de Enric Sagnier, algo impostado pero a la vez insuperablemente sólido y abrumador.
Reconozco que la figura de Enric Sagnier me persigue como arquitecto, y en cierta manera me condiciona su arquitectura fascinante. A corte biográfico cabe decir que pasé los primeros tres años de mi vida en un edificio de Sagnier, además tengo muy claros los recuerdos que se alargan hasta los 10 o 12 años, de la vinculación familiar con una de sus obras más conocidas en la Vía Layetana y mucho después, tuve la oportunidad de trabajar sobre uno de sus edificios en la parte alta de la ciudad, pero desgraciadamente el proyecto no prosperó. Sagnier me fascina por heterodoxo, por incapaz de mantenerse atado a una formalidad estricta, por prolífico, con más de 300 edificios solamente en Barcelona y por transitar entre lo híbrido y lo bastardo, es decir, entre lo mudéjar, lo gótico, el neoclasicismo y el rococó. Un auténtico lujo poder moverse entre geometrías tan dispares y no perder el favor de su tiempo. Sagnier es de aquellos arquitectos que están en las antípodas de lo que podría formular como ejemplo de arquitectura interesante, y sin embargo, me deja siempre atrapado en una maraña de admiración libertina.
Tanto circunloquio viene a forjar una idea que quiero expresar aquí: la aritmética del desgaste es una expresión maravillosa que sirve para dar cuerpo a una sospecha.
Esta sospecha, se centra en el tiempo y la geometría como inductores del nacimiento, pero también de la muerte de la arquitectura.
La arquitectura nace de una reflexión acerca del tiempo, y se construye con geometrías variables, precisas, estructuradas. El tiempo aporta una dimensión necesariamente social. Cada arquitectura es de su tiempo. La geometría es aquello que permite a la arquitectura trascender la fugacidad del tiempo viscoso y la prolonga, o mejor dicho, la solidifica.
Sin embargo, aquello que la hace nacer es también lo que la condena. Es algo parecido a lo que ocurre con la respiración y la vida. Nuestra primera bocanada de aire nos permite nacer, respirar nos da la vida y a la vez, este es un proceso de oxidación que va desgastando nuestras células de forma irremediable hasta llevarlas en masa a su extinción.
En arquitectura la combinación de geometría y tiempo genera una cadencia, un ritmo que la va desgastando, constituye una aritmética del desgaste, una necesaria oxidación que la va minando hasta la aniquilación, no tanto física, sino más bien espiritual.
Para entendernos, no deja de ser notable que las pirámides de Egipto, por poner un ejemplo extremo, con una geometría tan básica y asumible desde el exterior, sin rasgo alguno de articulación espacial, sin lecturas desmenuzadas ni composiciones más o menos intrincadas, perviva en el tiempo. En comparación, la arquitectura de Enric Sagnier, tan geometrizada, tan excesiva y rocambolesca, tan llena de forma por decirlo de una manera directa, se ha desvanecido en el tiempo muy aceleradamente. La aritmética de su desgaste ha sido en base a la potencia, su aritmética, es decir, sus números y las operaciones asociadas a su arquitectura, la han llevado a una desaparición total. Tanta geometría la ha erosionado hasta convertirla en polvo.
Sospecho por lo tanto que una arquitectura con una geometría intrincada, puede forjar un esplendor inicial que rápidamente se acaba. Un exceso de geometría conlleva un exceso de desgaste.
Esta idea no deja de inquietarme. ¿Podría decirse que cuanto más simple es la geometría, más posibilidades hay de que se prolongue en el tiempo? Sería muy triste que solamente la arquitectura más básica, la más platónica, fuera la única memorable, la más resistente al desgaste del tiempo y la memoria.
Prefiero pensar al revés. También la arquitectura está pensada y debe ser pensada para su desgaste, para su desaparición. Pretender que la arquitectura perviva por muchos años, se alargue en el tiempo y se eternice es de una prepotencia y de una desconsideración abismal.
Simplemente desde las pirámides, las catedrales y la casa Farnsworth hasta la arquitectura anónima de altísima calidad, debe en algún momento desaparecer y por tanto proyectarse para ello, para su final desarticulación en el éter.
No hay arquitectura eterna.
Hay en toda arquitectura una aritmética del desgaste escondida, y quizás la buena arquitectura, la realmente buena quiero decir, es la que ha sabido y la que sabe encontrar esa aritmética del desgaste de forma que pausada e inexorablemente, se vaya desvaneciendo desde el primer día a medida que el tiempo transcurre por ella.
En la imagen la enigmática portada de Aritmética del Desgaste. Según Pere Gimferrer Esquirlas de una épica fragmentada y fragmentaria, lo que sigue a la implosión de la imagen y el verbo. Extremo en su rigor de cetrería lírica, González Franco delinea las cartografías del ser en mutación hacia sí mismo.
[1] GONZÁLEZ FRANCO, José Ángel, Aritmética del Desgaste, Editorial Esto no es Berlín Ediciones, Madrid, 2014
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