Bar Cel Ona
Sin entrar a valorar en profundidad[1] el artículo publicado en El País, por Inés Valdés el pasado 7 de Octubre del 2015 titulado, Pensar la Ciudad como un Pueblo, donde se coleccionan sin aparente criterio ni jerarquía un montón de frases hechas de supuestas figuras de la arquitectura mundial, encontré dentro de esa superposición de tópicos que hace la periodista con perlas del estilo, al final se volverá, de forma metafórica, al «pueblo», un éxodo simulado dentro de la propia ciudad. Núcleos pequeños en el interior de los mastodontes de cemento donde la vida sea asequible: al bolsillo, al reloj y a la vista. Firmitas, utilitas, venustas. Una estructura debe ser sólida, útil y hermosa. La tríada de Vitruvio sigue vigente 22 siglos después, una descripción de lo que una ciudad debería ser, que por su arrogante frescura y su aparente frivolidad encierra un nombre que me vino a la cabeza enseguida.
Transcribo: Todo antes de llegar a esa cifra que aumentará la población en las metrópolis en 2.500 millones de personas. (…) Con ese horizonte, ¿cómo deberían ser las urbes para ese momento?
Para responder a esa cuestión, el premio Pritzker Jacques Herzog se pregunta cuáles son las que funcionan mejor: No son las inspiradas por el espíritu del modernismo, hechas para ser ideales, como por ejemplo Brasilia. En Europa, los barrios del siglo XIX e inicios del siglo XX basados en la idea del blockrand (agrupación urbana de edificios residenciales en construcción cerrada en torno a un patio común) funcionan y se adaptan muy bien al cambio de las necesidades sociales y al gusto de la gente.
Una mezcla de la belleza geométrica de Paris, con la densidad de Manhattan y de Hong Kong, el hedonismo de Miami, las instituciones culturales de Londres, los paisajes urbanos de Rio y las cortas distancias de Basilea. Así sería el lugar ideal de Herzog. Pero esa ciudad no existe: «Las ciudades no son ideales. Son como los seres humanos, con derrotas y triunfos específicos». Fracasos acometidos, el desafío de la urbanización mira hacia delante.
Efectivamente, aun pareciendo este post un indisimulado homenaje a una ciudad que amo profundamente y que precisamente por ello, me enerva tanto cuando muestra sus defectos, creo que esa ciudad ideal está muy cerca y se llama Barcelona.
Quizás no es la Barcelona de ahora, es más, diría que la Barcelona de ahora transita por uno momentos sombríos. Es más bien una suma de Barcelonas que han sido hasta hoy, una especie de selección de las mejores Barcelonas desde los años 60 y una suma, quizás ingenua, de las Barcelonas que están por venir. Esa multibarcelona sería la ciudad ideal a la que Herzog hace referencia. Es decir, no se trata de juntar diferentes porciones de ciudad, o de hacer un frankestein de diferentes especies de espacios urbanos, sino más bien de juntar tiempos en una sola Barcelona.
Cuando Herzog habla de la belleza geométrica de Paris, ¿no es más rotunda y bella la geometría del ensanche de Barcelona?. Es más, no es más bella igualmente la geometría geográfica de la ciudad condal?. Una ciudad entre dos ríos, una elevación que llega a los 500mts y el mar en un espacio de solamente 100km2 me parece remarcable.
Cuando el arquitecto suizo habla de la densidad de Manhattan o Hong Kong, no deberíamos olvidar que Barcelona tiene una densidad de 15.000 habitantes por kilómetros cuadrado, lo que la hace más densa que Tokio por ejemplo. Además esta densidad está muy uniformemente repartida por lo que la relación centro periferia se diluye, lo que por defecto la convierte en una ciudad más justa y policéntrica.
El hedonismo de Miami al que Herzog hace referencia no me parece muy lejano a la Barcelona de los años 80, ramblas arriba y abajo, donde conciertos, fiesta y contracultura corrían como la pólvora.
Las instituciones culturales de Londres, son sin duda una referencia mundial. Pero recuerdo aun cuando Barcelona tenía la mejor programación del sur de Europa de teatro, arte y danza. Hoy desgraciadamente esa programación, salvo las honrosas excepciones de costumbre, se han esfumado. Y tras el humo solamente encontramos la miseria intelectual de la producción de carácter comercial o el peor costumbrismo local llevado a la máxima expresión.
El paisaje urbano de Rio no me parece que tenga nada que envidiar a la maravillosa configuración geográfica de la ciudad condal. Mar, montaña y ríos hacen un marco perfecto para cualquier ciudad apetecible. Barcelona no es la única, por supuesto, pero tampoco hay tantas ciudades con ese triplete.
Por último, las distancias cortas. Gracias a factores ya dichos anteriormente, en Barcelona se puede ir andando a prácticamente cualquier lugar. El paseo de diez minutos es no solamente un placer en Barcelona, sino que se puede ir a un bar, cobijarse bajo un cielo benigno y contemplar las olas del mar prácticamente cada día del año. BarCelOna
Barcelona es más un cúmulo de oportunidades perdidas que un relato de éxitos clamorosos. Sus ciudadanos todavía hoy viven la galopante contradicción de aspirar a ser una ciudad mundial, una referencia regional o una capital de un estado inexistente. ¿Cabeza de ratón o cola de león? Yo prefiero la cabeza del león y punto.
La escala de una ciudad no la dan las condiciones físicas a las que Herzog hacía referencia. La dimensión de una ciudad la da la fuerza de su gente, de sus ciudadanos y la confianza de construir un conjunto social equilibrado, rico en matices y abierto, siempre abierto a aprender y mejorar.
Esto es quizás lo que encuentro a faltar de mi ciudad natal, no pocas veces convertida en ciudad fatal. Ya no queremos aprender demasiado más, y cada día que pasa nos vamos convirtiendo en una vieja ciudad europea refunfuñando a cada paso, envejeciendo mal, convocando un pasado mejor y despreciando la potencialidad de un futuro mejorable.
Amo mi ciudad. Me siento afortunado que mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos, y así hasta 6 o 7 generaciones tras de mí, no hubieran decidido en un momento dado dejar la ciudad. Pero no pienso transformar mi amor incondicional en una melancólica condescendencia.
Barcelona tiene todo lo que no puede pagarse con dinero, un clima excepcional, una geografía privilegiada y una historia rica de relatos. Todo lo demás puede realizarse, puede comprarse. Es cuestión de voluntad firme y de sueño compartido.
Me temo que hoy esa Barcelona posible es una Barcelona improbable. Nadie en la ciudad parece creer o saber leer la verdadera dimensión y el privilegio de un enclave envidiable.
Me temo que muchos ya hemos marchado, algunos físicamente y otros sentimentalmente de una ciudad que nunca llego a creerse que podía ser algo más que una ciudad media de un continente viejo.
Aun así, para mí, no hay mejor ciudad en el mundo.
[1] Es una lástima que la arquitectura salga representada en los grandes medios de comunicación de forma tan banal y predecible. No hablo de posiciones más especializadas que estos media tienen reservados a profesionales erios y rigurosos, que persisten en la resistencia contra la banalidad galopante de por ejemplo El País, ABC, La Vanguardia o ARA. Estos periódicos por suerte aún mantienen un espacio consolidado para la crítica de la arquitectura con reflexiones que proviene de Anatxu Zabalbeascoa, Fredy Masad, Llatzer Moix o esporádicamente Jordi Badia respectivamente. Uno espera que las noticias o los comentarios acerca de la arquitectura estén en manos de personas con una mirada estructurada, este uno de acuerdo con ellos o no, y está claro que estos medios y las personas antes mencionadas la tienen.
Lo que me parece una lástima, y entiéndase por ellos, el lamento de oportunidades perdidas, es el hecho que cuando se habla de ciudad o de arquitectura como en el articulo mencionado, no se recurra a Anatxu Zabalbeascoa en este caso, y se llegue a publicar algo tan rematadamente tópico, como el artículo en cuestión. Es decir, puestos a escribir de ciudad y de arquitectura, ¿no podría hacerlo alguien que hará un buen casting de opiniones sin tener que llegar a leer, ojos sangrantes mediante, la supuesta afirmación de Zaha Hadid que transcribo literalmente: La sostenibilidad ecológica y la desigualdad social son los retos definitorios de nuestra generación. Por favor!!! Alguien que mínimamente comprenda lo que ha pasado en los últimos 20 años en la arquitectura se avergonzaría, como nos avergonzamos todos, al leer la desfachatez de tal afirmación proviniendo de quien proviene.
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