Principios de CoProducción

Principios de CoProducción
Hace 21 años, un grupo de amigos, Marta Borbonet, Javier Creus, Luís Ángel Fernández Hermana y Carmen Santana, fundamos un espacio donde trabajar cada uno en lo suyo fuera una experiencia enriquecedora intelectual y emocionalmente hablando. Es decir, donde pudiéramos autoconstruir una identidad, tanto personal como colectiva, capaz de atender a la vez a la razón y a la emoción. Milagrosamente, ese espacio sigue vivo y lejos de perder sentido, el tiempo ha ido dando la razón a una primera intuición, entre visionaria e inocente.
Ese espacio, hoy lo llamaríamos co-working, es decir un espacio donde se co-trabaja, se co-produce y se comparte una manera muy específica de generar valor con las ideas. En su momento, como no existía esa palabra, nos inventamos la palabra transdisciplinar. Aún hoy la defendemos, aunque suene aparatosa. No es que co-working no nos guste, pero remite solamente a la idea de cooperación en relación al trabajo. En cambio, transdisciplinar, nos gusta por que viene a aportar un cierto sentido de movimiento, una especie de tránsito entre disciplinas, una manera de entender la colaboración y la cooperación implícita en los modos de producción, pero necesariamente abierta a otras miradas profesionales.
La semana pasada hicimos una pequeña fiesta para celebrar los 21 años, la mayoría de edad en ciertos países, y compartir por un tiempo recuerdos de ayer y visualizar los recuerdos de mañana. Durante la fiesta, alguien me comentó que posiblemente éramos el primer co-working del planeta, teniendo en cuenta que el anglicismo se acuño por primera vez en el año 1999[1] y que el primer espacio así llamado se fundo en San Francisco en el 2009. Nosotros, sin saberlo siquiera, lo creamos en 1996.
Ese lugar, al que llamamos @kubik, www.kubiknet.com se definía y se define por principios, y no por reglas, ya que pensábamos y de hecho, lo seguimos pensando, que si tienes principios, no necesitas de reglas. En todo caso, no me parece demasiado importante el haber sido los primeros, pero si que me hace especial ilusión el hecho de lo que hace mucho tiempo intuimos, es hoy una realidad incuestionable. O en otras palabras, me gusta el ejercicio de síntesis que elaboramos en su momento ante los retos sociales, culturales, tecnológicos y económicos que nos planteamos, que supimos cristalizar en un espacio, algo muy propio de los arquitectos, y que se han proyectado en el tiempo manteniendo la vigencia y la pertinencia hasta hoy.
De hecho, los principios son estructuras conceptuales que configuran la personalidad a largo plazo. Las reglas son producto del momento, y normalmente son demasiado rígidas. Los principios requieren de una cierta reflexión pausada para darles la oportunidad de evolucionar, las reglas, se cambian de un día para otro, son reactivas ante una amenaza.
Esos principios, es decir, esos puntos de partida, los he aplicado en mi vida profesional como arquitecto, como docente y como investigador, y siempre me han sido muy útiles. Es más, cuando he trabajado con mis socios, otros profesionales, clientes o con otros profesores, esos principios también han resultado ser muy indicados cuando la construcción de conocimiento se realiza de forma colectiva, lo cual es casi siempre.
No hace falta desarrollarlos mucho por lo sencillos que son, y no deja de sorprenderme la validez, la simplicidad y la versatilidad de los enunciados.
La Vida como Premisa. No por generalista me parece fundamental empezar por ahí. Estamos por conciliar y en parte fundir la vida personal y la vida laboral, es decir trabajar para la vida, la propia y la de los demás. Ya no se trata de preguntarse en que te ganas la vida, sino en dónde te ganas la vida, con quién, porqué, etc. Y esa vida no es lineal. De hecho, esa vida esta plagada de rincones, contradicciones y bifurcaciones. Y eso la hace todavía más interesante. La vida es compleja y apasionante, así que empezar proponiendo la vida, o mejor, una buena e intensa vida como premisa me parece acertadísimo todavía hoy. Aún más, como arquitecto, no puedo estar más de acuerdo. Nuestra profesión la enmarcaría en lo que se llaman las ciencias de la vida y no precisamente en las disciplinas técnicas.
La Innovación como estrategia. O innovas o no vas! La innovación no es una reacción ante la adversidad, al contrario, debería ser una constante. Se podría argumentar que en un supuesto donde las oscilaciones del tiempo y el comportamiento social son estables, lineales y planos, la innovación es un lujo, pero precisamente la espiral de cambios contantes a la que estamos sometidos, hacen que estabilidad, linealidad y planeidad queden totalmente marginadas en nuestro quehacer diario.
La tecnología como oportunidad. Hoy parece evidente que la tecnología debe ser tratada y asumida como una oportunidad, y no aceptada por defecto, o rechazada por principio. Hemos visto en estos últimos 20 años el potencial de transformación de la tecnología, y mucho me temo que solamente hemos avistado la punta del iceberg. Todas los indicadores apuntan a que estamos ante las puertas no ya de una tercera revolución industrial, que de hecho ya la hemos pasado con el paso del átomo al bit, sino a una inflación de avances tecnológicos tan brutal, que corremos el riesgo de quedar paralizados, incapaces de asumir la exuberante potencia de un modelo de cambio cambiante, o como decía Peter Buchanan, constant change has been the backdrop to our lives. But the nature of changes has changed. [2]
La complejidad como reto. Visto en retrospectiva mi obsesión por desentrañar los principios operativos de la complejidad tanto en la arquitectura como en cualquier faceta de la vida en general, ya tenia una primera expresión en esta proclama. La complejidad es según mi parecer la argamasa, lo común de nuestra sociedad, aquello que queramos o no, vehicula un modelo de comportamiento intrincado, a veces obscuro y a la vez, apasionante y misterioso. Comprender la complejidad, tener una visión amplia y multicapas de aquello que nos rodea y que por supuesto nos afecta, es el reto principal, sea cual sea hoy la profesión que uno ejerza. Si además, la profesión es la de la arquitectura, no entendería otra manera de comprender los retos de la misma sin tratar de esclarecer, ni que sea un poco, el vector de complejidad que todo lo domina.
La colaboración como dinámica. De nuevo, hablar de procesos colaborativos hoy parece una obviedad. Anunciar hace más de 20 años la idea de la dinámica colaborativa en la coproducción de bienes, servicios y conocimiento, no era tan evidente. Esta idea la encontré espléndidamente desarrollada en una entrevista reciente[3] a Joan Subirats, Catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona, de la que transcribo textualmente una parte: Se han de admitir y asumir las interdependencias entre servicios y competencias. Para este investigador esta metodología implica tres cosas. Primero, aceptar la interdependencia. “Solos no podemos y eso no significa desprofesionalización sino que implica compartir mis capacidades profesionales con otros y salir de la zona de confort. Incluso te enriqueces profesionalmente”. En segundo lugar, Subirats advierte que estas prácticas han venido para quedarse, deben integrarse en cada proceso para no volver a abandonarlas nunca. “No es coyuntural, es estructural. Vamos a tener que seguir trabajando en red”. Y por último, según el investigador, trabajar desde estos procedimientos conlleva aceptar que no hay jerarquías.
En todo caso, creo que la labor de un arquitecto no es solamente diseñar un espacio a partir de un programa y un lugar dado, sino y más importante que eso si cabe, participar de forma activa y colaborativa en el desarrollo de nuevos programas, adaptados a la realidad contemporánea y activarlos de forma que sean una realidad. Si queremos retomar el pulso activo y político de nuestra profesión, o participamos desde la base de la cadena de valor o nos quedaremos restringidos profesionalmente a ser un medio de producción y no un co-creador de relatos.
La imagen se corresponde a uno de los espacios de @kubik, situado en Barcelona.
[1] El término coworking fue inventado por Bernie DeKoven en el año 1999, pero es en el año 2009 que realmente fue difundido, por Brad Neuberg.3 Brad Neuberg 4 creó un espacio de coworking en San Francisco llamado el ‘Hat Factory’, un loft dónde trabajaban tres freelances. Más tarde, el mismo Neuberg creó el ‘Citizen Space’, que fue realmente el primer espacio de coworking en Estados Unidos.
[2] BUCHANAN, Peter, The Big Rethink. Towards a Complete Architecture. The Architectural Review, Londres, Diciembre 2011.
[3] Más información en http://m.eldiario.es/norte/euskadi/gran-problema-Espana-educacion-cero_0_446905621.html