El Imperio de la Indiferencia

El Imperio de la Indiferencia

Impresa en offset, la portada del primer número de Bau: Schrift für Architektur und Städtebau presenta un montaje de fotos de monumentos antiguos, una rampa de lanzamiento de mísiles y maquetas de escala ambigua alrededor de la exclamación “Whaam!”, un detalle de una pintura epónima de Roy Lichtenstein de 1963.

Como fenómeno híbrido, Bau adopta el lenguaje visual de las revistas contestatarias y underground de arquitectura, pero a la vez es el órgano oficial de la Zentralvereinigung der Architekten Österreiches, la Asociación de Arquitectos Austriacos. Bau nació a raíz de las protestas que Hans Hollein y Günther Feuerstein dirigieron a la publicación de la Zentralvereinigung, llamada Der Bau; a raíz de ello, les confiaron la dirección de la revista.

Según Hollein: …no nos pagaban nada, era un trabajo totalmente voluntario. El editor se ocupaba de la impresión y los demás aspectos por el estilo, pero nosotros no cobrábamos nada. Fue voluntario todo el tiempo, todos los años. Sólo teníamos a nuestra disposición a la secretaria de la Zentralvereiningung der Architekten Österreichs, y a ella, lógicamente, sí que le pagaba la Zentralvereinigung. El presidente, que tenía un pequeño estudio en el centro de la ciudad y no lo utilizaba –porque tenía una oficina más grande en otro sitio–, nos lo prestaba como despacho de redacción, gratis. A nosotros sólo nos interesaba transmitir nuestras ideas y las ideas de los demás, y ponernos en contacto con otra gente.[1]

El proceso de reinvención se inició con la supresión del artículo masculino der, un cambio cuyo carácter agresivo y a la vez humorístico parece corresponderse con la elección de la imagen de Lichtenstein. El consejo de redacción inicial, formado por Sokratis Dimitriou, Günther Feuerstein, Hans Hollein, Gustav Peichl y Walter Pichler, trabaja en la revista de forma voluntaria. Pertenecientes a una generación que había llegado a la madurez poco después de la Segunda Guerra Mundial, los redactores constatan una grave amnesia histórica y buscan recuperar la arquitectura progresista de principios de siglo: en aquel momento, las obras de Otto Wagner, Adolf Loos y Josef Hoffman sólo eran parcialmente conocidas. Los artículos dedicados a estos arquitectos aparecen junto a otros textos más extensos que rescatan figuras olvidadas de la vanguardia de antes de la guerra Rudolf Schindler, el filósofo Ludwig Wittgenstein y Frederick Kiesler, entre otros. Al margen de este proyecto histórico, Bau publicó manifiestos visuales y verbales destinados a ampliar la definición de la arquitectura contemporánea, cuyo ejemplo mas conocido es el texto de Hollein titulado Alles ist Architektur,[2]  de enero de 1968. En el número doble de BAU de 1968 donde se publica este texto, una porción de queso emmenthal exageradamente amarillo eclipsa el skyline de Viena, situado bajo un cielo con el punteado propio de la impresión exageradamente aumentado.

La elección del emmenthal constituyó una opción polémica, ya que interpretaba de forma literal una expresión que se utilizaba peyorativamente para calificar a la mala arquitectura. La recomendación formal del manifiesto, que los arquitectos dejen de pensar exclusivamente en función de los edificios,[3]  se estructura en forma de montaje secuencial rimado, donde el eslogan Alles ist Architektur se repite en una serie de imágenes cambiantes, disyuntivas, que representan varios productos de consumo, pintalabios, gafas de sol, bujías, palomillas, píldoras, aerosoles, objetos e imágenes de Robert Morris, Claes Oldenburg y Nikki de Saint-Phalle, además de una silla eléctrica, el Ballon für Zwei de Haus-Rucker Co., fotografías de la reciente huelga de basuras en Nueva York y un código binario transmitido a la Tierra por el satélite Mariner IV.

El texto Alles ist Architektur defiende y demuestra lo que Hollein llama la transición del significado al efecto: La arquitectura produce un efecto. Nuestra manera de apoderarnos de un objeto, de utilizarlo, tiene cierta importancia. Un edificio puede interpretarse únicamente como una información y su mensaje puede recibirse totalmente mediatizado por los medios de comunicación tales como la prensa, televisión, etc.[4]

La imagen bien podría parecer un proyecto ganador de un concurso de arquitectura actual pero curiosamente simboliza lo que se entiende por mala arquitectura.

En la portada del número de 1969, los tres cubos característicos de Bau aparecen enfundados en unos dedos de uñas afiladas y pintadas de rojo. Esta llamativa portada no da ninguna pista sobre el contenido de las páginas interiores, en las que se publica una casa moderna poco conocida situada en Kundmangasse 19 de Viena.

Los documentos que se reproducen en la revista, junto a un artículo de Werner Hoffman, “Philosoph als Architekt”, contribuyen a determinar el papel que desempeñó Ludwig Wittgenstein como arquitecto de esta casa. En años sucesivos, el edificio de Kundmangasse 19 –más conocido como Casa Wittgenstein– obtendrá mayor visibilidad pública gracias a los artículos publicados a fin de evitar su demolición.

Solamente unos años más tarde, en 1971, el artista y performer Chris Burden, se plantó contra un muro de una galería de arte californiana y ordenó a un amigo que disparara contra él a tan solo 5 metros de distancia. El disparo del rifle del calibre 22, que evidentemente hizo blanco en el brazo izquierdo, como presuntamente Burden y su amigo habían convenido, fue el arranque de la inauguración de un movimiento que se acabó llamando endurance art. Este movimiento tenia como objetivo realizar toda una serie poco excitante de acciones artísticas donde el artista deliberadamente se somete a todo tipo de acciones dolorosas, depravantes o extremadamente tediosas. Aun habiéndolo intentado en posteriores ocasiones, llegando a crucificarse en la parte de atrás de un Volskwagen Beetle, Burden nunca llegó a superar su espectacular debut en la galería.[5]

No cabe duda que ambos relatos no están especialmente relacionados, más allá de por una cierta contigüidad temporal, y la sospecha de que en muchos ámbitos de la geografía mundial se estaba llevando a cabo una operación, que por querer superar todo tabú relacionado por una lógica social asumida en aquellos 60’s en relación a lo aceptable, acabó convirtiéndose con el paso del tiempo en la sublimación de lo indiferente: lo banal y lo irrelevante.

Quiero decir con ello que los inocentes movimientos arquitectónicos y artísticos del momento, que fundamentalmente iban a provocar y escandalizar el mundo entero, han acabado instaurando el imperio de la indiferencia.

Tanto las portadas de BAU como la acción de Burden, buscan a toda costa una idea principal, trascender, rebasar los límites, provocar una reacción visceral de confrontación con la mentalidad burguesa de la época y con ello ayudar a una revolución social, ética y estética. Pero la herencia de toda esa provocación ha creado una capa de indiferencia en la sociedad actual.

A día de hoy nada nos provoca un estado de shock, ninguna imagen, ninguna formalización nos aturde. Desde los años 60 a medida que iba creciendo un sentimiento de individualización, iba en paralelo creciendo un universo de imágenes brutales servidas por los medios de comunicación de masas.

Efectivamente ya no somos visualmente inocentes. Nuestra amplitud de miradas, nuestra abertura intelectual ha creado a su vez una contraproducente incapacidad de sorprendernos, de apreciar lo memorable. El golpeteo de tantos y tantos impactos visuales, ha llegado a anestesiar nuestros sentidos.

Podría decirse que el arte y la arquitectura no han muerto, pero aun peor, se han convertido ambos en dos disciplinas que letalmente nos dejan visualmente fríos.

También es cierto, todo hay que decirlo, que estas disciplinas se han vuelto más complejas y requieren de una cierta predisposición y conocimiento para llegar a conmocionar nuestro universo estético. Por tanto de alguna manera la revolución que proponían entre muchos otros la revista BAU o Chris Burden ha triunfado. Pero ese triunfo ha arrasado con nuestra capacidad de sorprendernos y ha instaurado la indiferencia como categoría estética.

No se puede saber cuanto tiempo el arte y la arquitectura serán capaces de sobrevivir a la indiferencia. Diría incluso que la finalidad del arte y de la arquitectura nunca hubiera debido ser el escandalo. Pero hoy, el elemento principal, el factor sorpresa, ya no funciona como revulsivo en nuestra profesión.

Habrá que ir cambiando de estrategia.

 

En la imagen una fotografía de la serie Selva de Rocío González e Ignacio Traverso. Paradójicamente, se siguen buscando estrategias contra la indiferencia desde el registro documental de lo ya de por sí indiferente. Es interesante esa vuelta de tuerca, donde se intenta provocar desde aquello infinitamente doméstico como en el caso de esta fotografía. Una parte del texto del catálogo dice: Lo que se pretende es generar un área de reflexión y discusión en torno a las categorías arte, obra de arte y paisaje estético, desde la acotada dimensión de lo urbano, lo popular y lo identitario, en cuanto producto de la precariedad y de lo espontáneo como norma o código de resistencia de los discursos normalizados. Un texto impensable en los años 60. Más información en http://www.atlasiv.cl/post/selva-de-rocio-gonzalez-e-ignacio-traverso

[1] SUNWOO, Irene, entrevista realizada el 07 de Octubre del 2006, Universidad de Princeton, Princeton.

[2] HOLLEIN, Hans, “Alles ist Architektur”, Bau núm. 1/2, Viena, 1968, p.2. Hay que comentar que cada año Hollein numeraba la revista como si fuera el primer número Bau1.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Es muy interesante el artículo de Michael J. Lewis, How Art Became Irrelevant en Commentary Magazine. Ver https://www.commentarymagazine.com/article/how-art-became-irrelevant/

 

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