Tiempo
Pasado
El vector tiempo ha sido el dinamizador de una realidad anquilosada y culturalmente hermética heredada de la modernidad. Lo que ha venido a llamarse la postmodernidad, en sus primeros años de estupefacción, hace un salto cualitativo al hacer compatible el pasado y todas las expresiones culturales propias de la tradición, con el presente. Estratégicamente esta recombinación, esta convivencia ente pasado y presente no deja de ser un intento de dar de comer a las clases populares, principalmente la clase media. Por un lado se asume la legitimidad de las clases medias para la construcción de un relato propio, y por otro lado se asume también que el nivel cultural de estas clases medias no es lo suficientemente sofisticado como para digerir un relato demasiado complejo, intrincado y conceptualmente avanzado, por lo que el futuro queda descartado como espacio temporal desde el que modelar el discurso. Solo queda el pasado
El presente es insuficiente pues, remitir solamente a la domesticidad diaria de una vida con pocos alicientes no deja de ser un más de lo mismo, por mucho que miles de botellas de Coca-Cola o de latas de sopas Campbell sean ahora objeto de culto artístico.
El pasado deberá ser el tiempo sobre el que añadir algún valor al relato. De hecho las élites siempre remiten al pasado porque en realidad el pasado les pertenece. Ellas han construido el mundo tal como lo conocemos. La primera estrategia postmoderna es pues revalorizar el pasado sencillamente apropiándoselo. Bajo la excusa de que se pone en valor una memoria colectiva, de repente, pasado y presente constituyen los límites del espacio temporal sobre el que construir las imágenes culturales de las clases medias. De esta manera se consigue materializar la narrativa de los recuerdos. La memoria colectiva da estabilidad a los individuos, los arraiga.
Esta concepción del pasado, aun pareciendo nostálgica o melancólica no lo es del todo. Los activistas del pasado, reclaman que el eclecticismo del movimiento postmoderno es de una racionalidad que lo distingue y lo aleja del tradicionalismo, el pasado, cuya presencia reclamamos, no es una edad de oro a ser recuperada. No es la Grecia como infancia del mundo, de la cual hablaba Marx, atribuyéndole universalidad, permanencia y ejemplaridad en ciertos aspectos de la tradición europea. La presencia del pasado que puede contribuir a hacernos hijos de nuestro tiempo es, en nuestro campo, el pasado del mundo. Es el sistema global de experiencias conectadas y conectables por la sociedad.[1]
En todo caso el pasado queda así legitimado para ser libre y eclécticamente dispuesto para su consumo en el presente. La arquitectura llamada postmoderna, en realidad legitima el pasado solamente como producto de consumo en el presente, de manera que, paradójicamente, cuanto más pasado, más presente.
Futuro
De la mano del desarrollo tecnológico, especialmente de la socialización del ordenador de sobremesa primero y de las tecnologías de la información y del conocimiento después, la sociedad va a sufrir unas convulsiones que van a poner a los individuos en el disparadero de un tiempo futuro.
Lejos de toda emancipación, la tecnología poco a poco irá esclavizando a los individuos en una concepción de futuro destinada a ser consumida. Se produce una transición interesante entre un primer momento de la modernidad compleja o postmodernidad donde se busca legitimar el pasado mediante el movimiento postmoderno, y una socialización tecnológica a principios de los años 90 que legitimará el futuro bajo el eslogan el futuro ya está aquí de tantos anuncios publicitarios que venden tecnología.
Un auténtico imaginario colectivo se va a construir a gran velocidad, y de hecho la idea de velocidad en sí misma vendrá a ser una de las protagonistas del espacio común social. Tecnológicamente sometidos, toda nuestra vida gira alrededor del último update, de la velocidad de conexión, de tener cobertura, de adquirir la última novedad en hardware y ser los primeros en hacer lo que antes era imposible, como llamar por teléfono sin cables, navegar por internet desde el móvil, hacer una partida on-line, etc.
La literatura sobre los cambios que la sociedad ha experimentado en estos últimos 30 años debido al salto tecnológico, es infinita [2] y motivo de otros textos. Sin embargo resumiendo mucho las consecuencias que ha tenido en la sociedad ese vivir anclados en el futuro, cabe decir que precisamente ese tiempo futuro está totalmente legitimado entre los individuos, es decir, la idea de futuro es objeto de interés, cuando no de adoración. Y lo es hasta tal punto que ese futuro, en cuanto colapsa con el presente, se transforma de inmediato en algo obsoleto, por lo que debemos recorrer a un imaginario de futuro otra vez, y así hasta la extenuación.
Hiperpresente
En la modernidad compleja el vector tiempo se define por un presente hinchado, hinchado de pasado e hinchado de futuro. La complejidad de nuestra época reside entre otras cosas, en que el presente debe incorporar el pasado tal como veíamos en el movimiento postmoderno y debe ser capaz de incorporar el futuro, de la mano de la hipermodernidad.[3]
Paradójicamente ambas consideraciones sobre el pasado y el futuro hacen del presente una especie de tiempo reforzado. El alud de acontecimientos al que estamos sometidos diariamente, algunos provenientes del pasado y otros provenientes del futuro, acaban convirtiendo nuestra vida en una especie de presente continuo enormemente denso. No hay tiempo para pensar en el mañana porque ya estamos instalados en él, no hay tiempo que perder con el pasado porque este ya vive con nosotros. En el tiempo condensado de la contemporaneidad no existe otra opción que el de intentar gestionar la complejidad, o dicho de otro modo, la complejidad surge cuando todo, cualquier cosa, potencialmente puede ocurrir al mismo tiempo.
En la imagen una fotografía escultórica del artista coreano Gwon Osang, 2008, Red. Realizada con fotografías que después mediante moldes se transforman en esculturas, la paradoja de una hiperrealidad se superpone a la idea de un hipertiempo. Más información en http://osang.net/works/2008-red
[1] PORTOGHESI, Paolo, After modern architecture, Rizzoli, Nueva York, 1982
[2] No quiero dejar de mencionar aquí tres libros de referencia sobre el tema, el primero curiosamente es una novela que se convirtió en obra de culto para entender la cultura tecnológica que se avecinaba, DERY Mark, Escape Velocity: Cyberculture at the End of the Century, Grove Press, Nueva York, 1997, el segundo es del sociólogo Manuel Castells, voz indiscutible sobre los cambios que la era de la información están provocando en la economía, la sociedad y la cultura en CASTELLS, Manuel, La Era de la Información Vol.3, Fin de Milenio, Alianza Editorial, Barcelona, 1997 y el tercero es el compendio de editoriales de la revista en.red.ando publicados entre 1996 y 1997 por el periodista científico Luís Ángel Fernández Hermana, en FERNÁNDEZ HERMANA, Luís Ángel, En.red.ando, Ediciones B, Barcelona, 1998.
[3] El término es del sociólogo francés Gilles Lypovetsky. Su pensamiento, especialmente agudo para tratar el paso de la modernidad a la postmodernidad, y de la postmodernidad a la hipermodernidad pueden encontrarse en LIPOVETSKY, Gilles, La Era del Vacío, Anagrama, Barcelona, 2003 y LIPOVETSKY, Gilles, Los Tiempos Hipermodernos, Anagrama, Barcelona, 2006.
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