Arquitectura y Valor Cultural
Según Walter Benjamin para las cosas que están al servicio del culto, el que existan es más importante que el hecho de ser vistas.[1]
Por tanto el valor cultural de una obra de arte, o también, porque no, de una obra de arquitectura reside en su existencia y no es su exposición, si comprendemos que el valor de la cultura es propio y genuino de la arquitectura. Por eso uno sospecha que el valor cultural de toda la colección de edificios realizados en las últimas décadas para ser simplemente admirados, es decir, pensados no para servir a la sociedad o atender a su condición productiva, sino para convertirse simplemente en catalizadores de una necesidad, la necesidad del WYSIWYG, What You See Is What You Get es más bien bajo o incluso, nulo.
Seguro que decenas de edificios nos vienen a la mente. Edificios que nos provocan una extraña sensación de desasosiego, de incomprensión, que al final provoca una última pregunta cruel, ¿era necesario esto? ¿era necesaria la tortura metálica de las cubiertas del Bio Museo de Panamá de Frank Gerhy, por ejemplo? ¿era necesaria la distópica disposición de formas y colores caprichosos, que en el mejor de los casos responden a una pueril traslación del espíritu tropical a la configuración de un museo? O peor aún, ¿no constituye este edificio una verdadera amenaza al sentido profundo de lo que la arquitectura debería ser?
No creo que haga falta resaltar aquí la deriva de una arquitecto que pasó de experimentación formal como reclamo a la banalización absoluta como resultado. Artículos que no comparto en su forma, pero que comprendo en su contenido como el famoso Frank Gehry Is Still the World’s Worst Living Architect [2] del escritor y editor del conocido blog BLDGBLOG,[3] Geoff Manaugh dan cuenta suficiente de la singularidad de una obra absurda en su valor cultural, y directamente inexistente en relación a los otros supuestos valores que toda arquitectura debe interiorizar, a saber, el valor social, el valor económico y/o el valor tecnológico de una obra arquitectónica construida.
Como decía, o mejor, como leía recientemente en el lúcido y lucido texto de Byung-Chul Han el valor cultural (de una obra) depende de su existencia y no de su exposición. La práctica de cerrarla en un espacio inaccesible, de sustraerla con ello a toda posibilidad de verla, eleva su valor cultural. La negatividad de la separación y del encierro es constitutiva para el valor cultural. En la sociedad positiva, en la que las cosas, convertidas ahora en mercancía, han de exponerse para ser, desaparece su valor cultural a favor del valor de exposición. [4]
¿Quiere decir con ello que simplemente debemos esconder una obra para convertirla en un objeto con valor para la cultura? Si y no. O en otras palabras, depende de que entendemos con la palabra esconder.
En cualquier obra, y en esta generalización también cuenta la obra de arquitectura, la idea de esconder es consustancial. Evidentemente no la escondemos literalmente en un armario o en una habitación. Lo que escondemos, precisamente por preservar su valor y su misterio, es la razón o el cúmulo de razones y reflexiones que la han creado. En otras palabras, no dejamos entrever en una obra toda la carga intelectual o emocional que la ha creado, quizás por pudor, quizás estratégicamente por preservar y enaltecer su fuerza y su valor.
Por tanto, preservar, velar, dejar en un plano translucido el núcleo duro de una obra de arquitectura es en esencia todo lo contrario que el síndrome WYSIWYG al que hacía referencia antes. Y por eso, volviendo un momento a Gerhy, uno enseguida sospecha, al menos en esa obra en particular, que en realidad no hay nada que esconder. El Bio Museo de Panamá es, por así decirlo, imposible de esconder, de encerrarlo, de velarlo. Y todo ello, simplemente porque el edificio es pura transparencia conceptual, pura banalización formal sin nada detrás que lo sostenga. Paradójicamente, el edificio está disuelto en su obviedad, y siendo y existiendo, en realidad no es, no existe.
O en otras palabras, siguiendo la estela de Han, la obra de Gerhy, o para ser precisos, esta obra de Gerhy está desprovista totalmente de erotismo y se presenta pornográficamente al espectador, que pudorosamente apartara de inmediato la vista de un espectáculo tan mórbidamente insano.
Si lo bello, entre otros, es uno de los reductos fundamentales de lo arquitectónico, vuelvo a Benjamin de la mano de Han para concluir porque esta producción tan evidente de arquitecturas espectáculo a la que antes me refería, carecen ya hoy día, tan solo un puñado de años después de sus respectivas inauguraciones, de toda estructura de lo bello.
Para Benjamin, en la belleza es ineludible un acoplamiento indisoluble entre encubrimiento y encubierto: pues lo bello no es ni la envoltura ni el objeto encubierto, sino el objeto en su velo. Desvelado se mostraría infinitamente insignificante. En efecto, no ha de caracterizarse de otra manera el objeto al que en definitiva le falta el velo. Puesto que solo lo bello y nada fuera de esto puede ser esencialmente encubridor y velado, en el misterio está el fundamento divino del ser de la belleza.[5]
Con la perspectiva que dan un puñado de años y una crisis profunda, convendremos rápidamente que hay mucho edificio sin misterio. Por suerte, también hay muchos misterios, en forma de edificio por admirar y descubrir.
En la imagen un fotograma de la película del director Surcoreano Kim Ki-Duk Primavera, Verano, Otoño, Invierno del año 2004. Más información en http://slowlandscapes.blogspot.com.es/2010/06/primavera-verano-otono-invierno-y_16.html
[1] BENJAMIN, Walter, La Obra de Arte en la Era de su Reproductibilidad Técnica en Discursos Interrumpidos, Editorial Taurus, Madrid, 1982
[2] http://gizmodo.com/frank-gehry-is-still-the-worlds-worst-living-architect-1523113249
[3] http://bldgblog.blogspot.com.es
[4] HAN, Byung-Chul, La Sociedad de la Transparencia, Herder Editorial, Barcelona, 2013.
[5] BENJAMIN, Walter, Las afinidades electivas de Goethe, Ed. Abada, Madrid, 2008
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