La Diferencia

La diferencia

Contrariamente a la modernidad, el proyecto político que surge a partir de los años 60 enfatiza la noción de diferencia, una vez desatado el individuo del corsé ideológico monolítico anterior. La valorización del discurso del otro[1] resitúa el compromiso ideológico en el fragmento, surgiendo una corriente de pensamiento que legitima las minorías políticas, las minorías raciales, las minorías sexuales, las minorías lingüísticas y las minorías sociales. Se asume que la parte no puede someterse al todo, y lo que antes era objeto de marginación, el discurso desviado sobre la ideología oficial, ahora es materia prima para la construcción de la identidad.

La diferencia no es en todo caso una fuerza que centrífuga la sociedad, ni la disemina, todo lo contrario, la diferencia requiere de una re-interpretación de la jerarquía porque la diferencia en si misma sigue constituyendo una parte fundamental de sistema, o como dice Frederic Jameson, un sistema que constitutivamente produce diferencias, sigue siendo un sistema.[2]

Podría decirse que la aparición de la diferencia como valor, como distinción, hace la sociedad más justa. Cada ente diferente dentro de la sociedad tiene el derecho a atesorar un capital cultural propio y a cultivar las expresiones estéticas que crea conveniente. Cada discurso se adapta a la minoría a la que sirve y construye las señas de identidad que diferencian y distinguen una minoría de otra.

En arquitectura la recuperación que hace Venturi de la cultura popularnorteamericana de clase media no es inocente. Venturi construye un discurso a la medida de un sector de la población que nunca se hubiera identificado con una expresión cultural tan elitista como la arquitectura, de no haber sido que en un momento dado alguien supo poner en valor el shopping center, la hamburguesería y la redundancia entre el signo y su significado.

Esta convivencia entre diferencias legitimadas y expresiones culturales propias atomiza el gusto. Ya no hay un lugar compartido por todos donde fácilmente se accede al valor de cierta expresión cultural. Este lugar como imaginario colectivo, revienta en mil pedazos, tantos como grupos minoritarios con voz propia, y empieza a diseminar una cantidad ingente de símbolos e imágenes culturales cada vez más expresivas y espectaculares, si bien destinadas a un consumo cada vez más rápido y por tanto provistas de un contenido cada vez más débil y digerible en poco tiempo.

El medio televisivo primero y las redes de comunicación instantánea después, el ordenador personal y el móvil como soporte e internet como vehículo de distribución instantáneo, van a favorecer la convivencia entre infinitas expresiones culturales de la diferencia en todos los campos del conocimiento, pero sobre todo, en aquellos que permiten un consumo fácil y rápido. Las primeras distinciones entre la cultura de la élite y la cultura popular van a quedar literalmente barridas del mapa para convertirse en un engrudo donde cada uno puede encontrar su nicho cultural.

Navegar por tal cantidad de reclamos no es fácil. Aquí la complejidad vendrá definida por la capacidad de estructurar un criterio de geometría variable entre infinitas opciones a escoger, y desarrollar un relato coherente que tanto puede ir de un discurso muy sencillo y plano destinado a un consumo más masivo, hasta la sofisticación más perversa de una expresión cultural destinada a escasísimos individuos lo suficientemente cultivados y entrenados para ser capaces de degustar una exquisitez.

Antes, el camino para la excelencia estaba perfectamente delimitado y pre-programado, era simple y si bien no estaba exento de esfuerzo, se tenía siempre la seguridad que era el correcto.

La época actual es intrincada y compleja y contrariamente a la modernidad surgida a principios del siglo XX, se constituye como un ejercicio constante de orientación entre infinitos caminos culturales, es más, la posible contradicción está totalmente asumida de manera que se puede construir un relato desde diferentes adscripciones minoritarias de tal forma que la recombinación de expresiones culturales de orígenes diversos, puede acabar creando una expresión genuinamente nueva.

Una imagen más propia de un “trencadis” cultural, que de una tradición academicista, una realidad más cercana al mestizaje, la mezcla y el copy and paste, que de la pureza, la integridad y lo predeterminado.

En la imagen una pieza del fotógrafo chino Quentin Shih, Shangai Dreamers, 2010 http://www.quentinshih.com/photography/special/shanghai/special_shanghai.html

 

[1] Así es como sintéticamente valora Craig Owens el ascenso de los relatos de las minorías, especialmente las reivindicaciones feministas en su contribución. OWENS, Craig, “The discourse of the others: feminists and postmodernism”, The Anti-Aesthetic: essays on postmodern culture, Bay Press, Seattle, 1983, p. 62.

[2] JAMESON, Frederic, “Marxism and Postmodernism”, New Left Review, núm. 176, julio-agosto 1989, p. 34.

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