Contribuciones: Jaume Prat-Ortells. Lo discontinuo

Lo discontinuo
Lo discontinuo es condición esencial de la estructura profunda de la materia y la energía. A nivel subatómico hay partículas y movimiento, nada más. Un átomo es, ya, una construcción humana, basada en la geometrización aproximada del movimiento de las partículas que lo forman, invisibles a nuestros ojos con cualquier instrumento que, en estos momentos, nuestra mente sea capaz de concebir. En realidad, un átomo, estructura inestable que interacciona continuamente con su entorno, sin que se sepa cuál es su período de vida, tiene como elemento básico el vacío por el que se mueven cíclicamente estas partículas (de las que todavía se discute si tienen, o no, masa), organizadas entre ellas por fuerzas gravitacionales.
Lo discontinuo es la base de nuestros procesos perceptivos. El cerebro es una estructura compleja basada en una interrelación a escala astronómica de ceros y unos, representando éstos los dos únicos estados de una neurona.
Lo discontinuo es, a semejanza de nuestro cerebro, la estructura básica de la información. El bit es, sencillamente, un cero o un uno interactuando con otros bits de un modo tan complejo como el propio cerebro humano.
Las eras del conocimiento humano se definen por la explicación que dan de los fenómenos naturales, siempre a posteriori del sistema de gobierno (y, por tanto, del conjunto de leyes que nuestras creencias nos imponen en un momento dado). La relación entre las leyes humanas y las materiales es demasiado compleja como para tan siquiera intentar esbozarla aquí. Este artículo es hijo de un momento histórico concreto, de una formación concreta que ha modelado una configuración determinada en el cerebro del escritor y sus lectores, lugar común que arrastra una mirada perspectiva sólo finalista por el hecho de disponer, por primera vez, de una visión amplia de buena parte del abanico de configuraciones previo. Al menos de las documentadas.
Nuestra base perceptiva está, pues, físicamente basada en la discontinuidad. Y no sólo eso: la discontinuidad es lo que define a los objetos y los sujetos; las juntas, las grietas, los límites, los contornos. Las articulaciones. La discontinuidad física es el único modo que tiene la naturaleza de crear.
La noción de continuidad es, pues, una construcción humana, una ilusión sin base física posible.
Los procesos naturales, en cambio, son continuos: la oxidación, el pudrimiento, el calentamiento. La entropía, en sumo. Se oponen a los procesos humanos (en una explicación binaria que podría remedar el funcionamiento de la naturaleza), discontinuos tanto por la naturaleza cíclica de nuestro funcionamiento (sueño-vigilia, funciones de alimentación y excreción, crecimiento del vello, etcétera) como por nuestra voluntad, que, al ser un proceso activo y, por tanto, consciente, no puede equipararse a los procesos naturales, inconscientes.
La condición discontinua es independiente de la escala, discurriendo desde el nivel subatómico hasta el astronómico. La propia noción de materia es una ilusión perspectiva.
Es por eso que las leyes que describen con más precisión los procesos naturales han sido enunciadas mediante el uso de máquinas. Ordenadores, singularmente. La matemática fractal es capaz de describir desde el patrón que forman las gotas de lluvia al caer a los corrientes de turbulencia de una hélice, pasando por las formas vegetales (de una hoja al contorno de un árbol) a una montaña o al contorno de la costa de un continente. La matemática fractal se basa en una sucesión tendiente a infinito (un proceso natural) de una serie discreta de operaciones muy sencillas, como sumar o restar.
Los teóricos de la matemática los han despreciado durante lustros, precisamente por su naturaleza cíclica, mecánica, por el rebaje que suponía asociar la disciplina al cálculo, por su difícil teorización, por el cambio de paradigma que han supuesto.
Las leyes matemáticas empleadas hasta ahora, basadas en la ilusión de continuidad, tan sólo son capaces de explicar formas no presentes en la naturaleza.
La arquitectura no debe de olvidar su condición de construcción humana, artificial y artificiosa, basada en ordenar y moldear procesos y materiales naturales, transformados mediante un diálogo entre la materia y la mente, al final, materia tan compleja que ha sido capaz de tomar consciencia de ella misma. La condición material de la arquitectura es discontinua. Su condición esencial como construcción humana, continua. La relación entre ambas condiciones (una relación inclusiva, no exclusiva, completamente apriorística) ha marcado, y marcará, su condición formal. Sin la toma de consciencia entre estas dos naturalezas de la disciplina no podrá haber arquitectura, tan sólo una ilusión de la misma que habrá nacido muerta.
Jaume Prat Ortells es arquitecto y autor del blog http://www.jaumepratarquitecto.com/
La imagen del post es sugerencia del autor: la fachada «principal» del monasterio de La Tourette de Le Corbusier, con las ondulatorias de Ianis Xenakis