Las cinco esferas de la ciudad relacional

Las cinco esferas de la ciudad relacional

Hablar de ciudad es hablar de absolutamente todo. No creo que sea necesario remitirse a las innumerables estadísticas que simplemente dibujan un presente cimentado a nivel global sobre una realidad urbana en todas sus facetas posibles. Dicho de otra forma, si algo ocurre de interesante en el planeta, la posibilidad que ese algo se dé en un contexto urbano es simplemente abrumador. En pocas palabras, todo es urbano, o como decía Manuel Vicent la raza humana es eminentemente una raza urbana.

La pertinencia de mezclar la idea de ciudad y las lógicas de lo relacional es tan básica como que en términos antropológicos hay tres modelos básicos de relación estructural, es decir, de maneras de relacionarse realmente fundamentales, la descendencia, la transcendencia y la co-residencia. La descendencia se instaura en la familia, el núcleo original de relaciones co-sanguineas  y/o más contemporáneamente emocionales y que tantos modelos alternativos está suscitando actualmente. El segundo modelo, la trascendencia, se funda en los credos metafísicos y las iglesias, es decir en la voluntad inmanente de ser humano por trascender su propia naturaleza.

Por último está la co-residencia,  y este modelo de relación estructural se fundamenta en la polis, es decir en la ciudad.

En el ámbito de la polis, se configuran varios modelos de relación que podríamos diferenciar entre el devenir y el acontecer.

Mientras que podríamos considerar que el devenir conlleva una lógica relacional ligada a un ámbito de relaciones programadas, extensas –ya sean en el tiempo o en la cantidad de individuos que acoge-, una lógica única y excepcional, el acontecer podría estar referido a las relaciones cíclicas de pequeño formato, repetitivas y domésticas. En este ámbito también podría incluirse el tipo de relaciones que acontecen de forma inesperada, sorprendentemente, sin mediación de los habituales poderes que operan en la ciudad.

Es decir, para que quede claro, en la ciudad cabe un devenir en forma de partido de futbol por ejemplo, es decir un espacio de relaciones extenso, masivo, programado, algunas veces único, y excepcional. A su vez, la ciudad también acoge un acontecer personal, intersubjetivo, micro como pudría ser un primer beso en un banco de una apartada plazoleta urbana, es decir algo no programado, pequeño, repetitivo y doméstico –aunque no por ello falto de grandeza en lo personal-.

Avancemos un poco más, aunque sea a costa de dar un paso atrás en el tiempo.

La idea de lo relacional se sitúa en la encrucijada entre prácticas teóricas,  prácticas históricas y prácticas arquitectónicas.[1]

En clara referencia a la emergencia de una lógica relacional desde la que pensar la arquitectura y la ciudad, Solà-Morales ya escribe en 1999, por lo menos desde Foucault sabemos que las cosas no son más que el cruce de sus relaciones y que el conocimiento al que podemos acceder dependerá, en todo caso, de nuestra habilidad para detectar el máximo número de flujos relacionados que se entrecrucen en un evento.

Es decir, las cosas, -podríamos tranquilamente incluir la ciudad y la arquitectura en el término cosa, son relaciones. En este sentido la naturaleza de la ciudad y la arquitectura se escribe a partir de operaciones que dependen de nuestra propia intención, de la intriga que guía nuestras pesquisas. Según las intrigas, se organizarán nuestros instrumentos, la jerarquía de los documentos que decidiremos utilizar y la narración que acabaremos escribiendo.[2]

En definitiva si la historia de la ciudad se escribe gracias a una determinada concentración en un núcleo de relaciones al que se concede el privilegio de la atención,[3] como no vamos a creer que la ciudad es el territorio propio de lo relacional por excelencia.

La idea de la ciudad relacional pretende acometer recorridos transversales, hacer reverberar microhistorias, componer recortes a través de fisuras no exploradas, en plena concurrencia abierta con otros relatos de signo opuesto o, por lo menos, diferente.

En todo caso esta idea debería funcionar exactamente como una caja de herramientas. No tiene nada que ver con el significante. Es preciso que sirva, que funcione y que funcione para otros, no para uno mismo, tal como Gilles Deleuze le espetaba a Michel Foucault en una entrevista publicada en el número 49 de la revista L’Arc, en 1972.

Para ordenar por consiguiente esta compleja caja de herramientas que supone la idea de ciudad relacional se han ordenado aquí por lo que se ha venido en llamar esferas, una serie de espacios todavía genéricos pero que tienen en común un fuerte acento en el campo que adjetiva cada esfera. No hace falta decir que en la estela de la famosa imagen creada por Peter Sloterdijk, la agrupación de diferentes esferas constituye una espuma que en este caso sería la ciudad en sí misma.

En primer lugar nos encontramos con una de las esferas más evidentes de la ciudad la esfera política, un homenaje a la raíz lingüística de la idea de polis, y una manera de retomar el pulso tantas veces perdido entre ciudad y política, cuando en realidad siempre se tiene la sospecha de si no son la misma cosa.

En segundo lugar y necesariamente ligada a la anterior la esfera social. La ciudad es relación social o no es nada.

La siguiente esfera remite a una cierta razón marxista de base que si bien no está precisamente de moda en la actualidad, todavía mantiene una vigencia aplastante a saber: toda relación social esconde una relación económica. En este sentido y en el sentido que la ciudad puede también ser definida como una agrupación de intereses económicos la lógica relacional también se desarrolla en una esfera económica.

Del producto de todo lo anterior, inductivamente, se puede entender que hay una manera propia de operar en lo relacional. Es por ello que enseguida podemos empezar a hablar de una esfera cultural en el ámbito de lo relacional urbano.

Por último, pero no menos importante, el desarrollo de habilidades propias capaces de convocar una relación jerarquizada, entre individuos libres, capaces de generar beneficios de esa relación y codificando significados propios y ajenos a otras maneras de relacionarse, conlleva necesariamente la aparición de una tecnología propia, de herramientas y aparejos encuadrados en una esfera tecnológica de la ciudad relacional.

En definitiva una lectura panóptica de la categorización propuesta de la ciudad relacional, la esfera  política, la esfera social, la esfera económica, la esfera cultural y la esfera tecnológica no ofrece una realidad hipercompleja en la que cada conjunto de relaciones se estructura en miles de posibilidades en el interior de la esfera misma, y cada esfera interacciona con las otras mediante millones de opciones.

Si intentamos encontrar un modelo parecido a la configuración descrita, pronto caeremos en la cuenta que la ciudad comparte un mismo tipo de configuración con el descrito en la teoría de redes distribuidas. Sin descubrir más que lo evidente cabe destacar que el fenómeno urbano no es más que un tipo de internet físico, un modelo de relación de todo con el todo.

*La imagen de este post proviene de la obra del artista surcoreano Lee Jang Sub


[1] Este texto de Ignasi de Solà-Morales es una de las joyas de la teoría de la arquitectura capaz de colocar en su sitio el discurso de la arquitectura contemporánea en apenas 12 páginas. DE SOLÀ-MORALES, Ignasi, Los artículos del Any, Fundación Caja de Arquitectos, Barcelona, 2009, pp. 117-128, publicado primero en la revista Any en el número llamado Anymore por Cynthia C. Davidson, Massachusetts: The MIT Press, 2000 a partir de la conferencia impartida en París en 1999

[2] Esta última idea, también presente en el mencionado texto de Ignasi de Solà-Morales, proviene de Paul Veyne y su conocido Comment on écrit l’histoire de 1971

[3] Op. cit. DE SOLÀ-MORALES, p.125

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