Del Día a la Noche

Del Día a la Noche
La fotografía tradicionalmente ha buscado la captura del instante decisivo. La expresión de los personajes y la escenografía perfecta, aliñada con la luz precisa, configura una porción de tiempo congelado que llega a transmitir todo un abanico de relatos que brotan de una composición determinada e intencionada. El fotógrafo se convierte así en un cazador de momentos, de instantes vitales.
Esta concepción del arte de la fotografía, sobretodo valida para el fotoperiodismo, suele centrarse en sujetos, anónimos o conocidos, donde el papel plateado que da soporte a las imágenes es el vehículo para retratar psicológicamente a individuos o grupos de individuos.
Sin embargo, si el personaje central del motivo fotográfico es la arquitectura, o ampliando aun más el foco, el paisaje urbano, la noción de instante, de tiempo congelado, ofrece tan solo una lectura, seguramente bella, sensible y rotunda, pero incompleta, pues apenas llega a traspasar la frontera de un tiempo cíclico que cambia ante nuestros ojos.
Si el fotógrafo quisiera plasmar una escena urbana con la misma obsesión que el pintor Antonio López en la película El sol del membrillo del director Víctor Erice y del también maravilloso Javier Aguirresarobe, como director de fotografía, se daría cuenta de la imposibilidad de meter todo el tiempo transcurrido en una sola imagen estática por definición. En la película, una obra maestra de la sensibilidad y del relato íntimo, López lucha contra los cambios de luz constantes que sufre el membrillero que plantó en su jardín, y sobre todo lucha contra todas las posiciones que el árbol va adoptando a medida que los membrillos se cargan de fruta al madurar. Esa lucha de extremo rigor por captar la esencia de un sujeto aparentemente inmóvil, pero lleno de esplendor vital, lleva al artista a marcar con pulso de cirujano leves marcas blancas de referencia en los membrillos que van deslizándose lentamente, llegando al suelo en cámara lenta y desbaratando la composición inicial del pintor. En la película Antonio López, desesperado por el exasperante movimiento del árbol, abandona el proyecto de pintarlo al óleo, y se refugia en el trazo fugaz del dibujo, que disciplinarmente requiere de menor tiempo de ejecución.
En este sentido, la apuesta del fotógrafo Stephen Wilkes en su proyecto Day to Night, es atrapar no solamente la luz, como bien la sabía atrapar el maestro Antonio López, sino también el movimiento.
Wilkes se dedica a fotografiar durante 18 horas, incluso a veces 24 horas o más, una escena urbana. Durante ese tiempo llega a realizar más de 1.500 fotografías. Ya en el estudio, con la mirada de un científico que ausculta un objeto al microscopio, el fotógrafo va cosiendo la escena hasta llegar a una sola fotografía.
El resultado, aparte de mostrar un tipo de luz irreal pero poderosamente evocadora, se puede entender como la capacidad de un espacio urbano de acoger innumerables microescenas de otros innumerables individuos que durante el tiempo en que se fotografía el lugar aparecen fugazmente por el lugar escogido por el fotógrafo. Una pareja besándose, unos ancianos con el paraguas abierto de paseo, coches que cruzan la fotografía como un suspiro, unos enamorados retratándose el día de su boda, niños correteando detrás de una pelota, etc. Las más variopintas vivencias de aquellos que aparecieron por la zona durante el tiempo que Wilkes dispara con su cámara, quedan incorporados al relato cotidiano del espacio.
Me parece muy poético como con esta técnica de orfebrería digital, se puede a llegar a fotografiar un espacio, siendo el resultado más real que lo que una buena sola fotografía de un espacio urbano es en realidad.
Me explico, cualquier plaza, cualquier parque, cualquier calle, es en términos urbanos, vivenciales y en términos emocionales también, mucho más que una sola fotografía. Una plaza es todo y todos aquellos a los que la plaza acoge, ya no durante una jornada, sino, en el extremo, durante toda su vida útil. La vida de la plaza me refiero.
Una aproximación para entender el verdadero sentido de lo urbano son las fotografías de Wilkes, que, si bien se acotan al ámbito temporal de unas horas, recogen siempre plazas muy concurridas, escenas muy dispares, luces cambiantes y, en definitiva, acogen historias, acogen vidas.
Las imágenes de Wilkes resultan artificiales. Efectivamente al incorporar todas las luces que impactan en Union Square o en la tour Eiffel por ejemplo, esos espacios surgen a la vista como irreales, a medio camino entre lo fantasmagórico y lo hiperreal. Y, sin embargo, desde el punto de vista de cualquier edificio que pudiera hipotéticamente observar ese espacio, la imagen es mucho más real que la realidad de una fotografía fidedigna de un instante concreto, ya que la fotografía postproducida por Wilkes refleja no solamente todas las luces posibles de una jornada, sino todos los movimientos posibles.
Wilkes no solamente congela la luz, incorporando toda la paleta de luces, sino que congela el movimiento, sumando todos los movimientos acontecidos.
Una fotografía del Wilkes nos recuerda que, aunque crucemos Union Square a altas horas de la madrugada, sin advertir a otro individuo cerca, esa plaza como tantas otras está siempre llena de memoria, llena de luces, llena de matices, llena de vidas, llena de historias. Un espacio urbano siempre es un espacio atiborrado, donde como en un vodevil acelerado, van teniendo lugar infinitas situaciones.
Algunas, las menos, de marcado carácter simbólico, otras, las habituales, acodadas por la domesticidad más profunda. En ocasiones, esas situaciones son dramáticas, un asesinato aquí, un robo allí. Por suerte no suelen ser mayoritarias.
En otras ocasiones la esencia de la acción es claramente festiva, un primer beso, una celebración espontánea, un balbuceante recorrido producto de la ingesta desmedida de alcohol. Todo ese caleidoscopio de situaciones son las que entran en el resumen de un día cualquiera, en un espacio cualquiera en una fotografía de Wilkes.
Si bien todo lo dicho aquí lo sabemos perfectamente, nos falta el documento que así lo atestigüe. Y ese es el valor de cualquiera de las fotografías de Wilkes.
No se trata pues de si estéticamente la fotografía está mejor o peor compuesta, ni de si la luz es la correcta.
Una foto de Stephen Wilkes trata de plasmar lo que la arquitectura que circunda un vacío urbano observa cada día. Y con ello nos remite a la riqueza de la condición urbana, tan llena de todos y cada uno de nosotros.
En la imagen los jardines del trocadero con la tour Eiffel de fondo.