De Los Barbarismos

De Los Barbarismos

En el post anterior, https://axonometrica.wordpress.com/2015/10/12/de-la-barbarie/ me temo que cometí un barbarismo. Tanto por parte de la Fundación Mies van der Rohe, como a partir de otras aportaciones de lectores asiduos y amigos que leen mis textos, pude descubrir que la imagen de contexto que utilicé era más un homenaje a Mies que un atentado al pabellón de Barcelona.

El texto más indicado para hacer patente mi desviación lo reproduzco directamente del comentario de la Fundación Mies que reproduzco por entero:

Apreciado Miquel, la imagen es del 17/09/2015. Aquel día en el Pabellón se colocaron macetas con flores con motivo de la presentación del libro “Photography or Life – Popular Mies” escrito por Juan José Lahuerta, editorial Tenov Books, para enseñar, a lo largo de diez días, como era la apariencia del Pabellón durante la inauguración del 1929. Las flores acompañaban una muestra, ubicada dentro del Pabellón, de fotos originales de la época. “[…]Comparar las fotografías oficiales del pabellón de Barcelona, tomadas por la agencia Berliner Bild Bericht y controladas sin duda por el propio Mies van der Rohe, con las fotografías casuales de los reporteros gráficos y los simples aficionados, puede resultar muy instructivo. Una cuestión llama la atención en particular: el proceso de borrado selectivo que se produce en las fotografías oficiales. Muchas cosas desaparecen en ellas: […] las macetas con flores que dulcificaban la aridez abstracta del pabellón con un inesperado toque de patio mediterráneo; y, en fin, la gente, absolutamente ausente en las fotos oficiales y siempre presente en las casuales: multitudinaria en las de los reporteros gráficos del día de la inauguración, y más individualizada y contemplativa en el resto. Está claro que la escala –en todos los sentidos– del Pabellón cambia con estas presencias, que multiplican otras –letreros, tiestos, columnatas…– y que permiten entender la relatividad con la que la modernidad del Pabellón fue percibida por la prensa popular de la época. […]” (extracto de la hoja de sala del evento de presentación “Pabellón Congelado, 1929”).

Sin duda mi contexto estaba desviado y lo lamento. Cometí un barbarismo imperdonable.

Aún así, todo y con un contexto erróneo, el texto creo que tiene vigencia, pues no se trataba tanto de atacar una acción, la deposición de unos tiestos en el basamento del pabellón, sino de defender una posición, la necesidad de preservar ciertos mitos en nuestra sociedad como parte de un conocimiento social. Una posición que vaya por delante, la Fundación defiende de forma ejemplar.

La posición, o mejor dicho, el posicionamiento que intentaba ejemplificar con la fotografía que publiqué, proviene de la sospecha, sino la certeza, de que en la sociedad actual avanzamos sin referencias ni mitos que preservar y que esa falta de lugares comunes nos hace más injustos e insensibles con lo que solemos llamar la cultura.

Sin embargo me alegro que el patinazo haya transformado una disculpa necesaria en una reflexión que a raíz del libro de Juanjo Lahuerta y esta otra imagen que ilustra este post, me parece también pertinente.

¿Qué diferencia de fondo existe entre un Mies que controlaba la realidad, deformando, añadiendo o eliminando personajes y las imágenes que nos inundan en la publicidad actual, pero también en la arquitectura, llena de trucos basados en deformaciones, añadidos o sustracciones digitales?

Sin salir del ámbito de la arquitectura, ¿qué hace Mies con las fotos del Pabellón que no hacemos los arquitectos, vía los fotógrafos, eliminando las imperfecciones de nuestras obras cuando las publicamos?

En realidad si aceptamos que Mies retoque sus imágenes, o mejor dicho, que controle el resultado final dejando que los fotógrafos oficiales, manipulando hábilmente los negativos, deformen la realidad a placer del arquitecto, ¿como no podemos aceptar que los cuerpos de la publicidad den cuenta de un modelo de belleza irreal y antihumano conseguido a golpe de photoshop?

Seguramente la respuesta es que todo se reduce a una cuestión de relato.

Mies, con mucho criterio en lo que a la arquitectura se refiere, busca inmortalizar su obra desde un punto de vista específico, manipulando si es necesario la posición de la cámara y forzando las fugas en la perspectiva de la imagen. Además, no contento con ello, elimina imperfecciones en la imagen resultante, como pueden ser personas o elementos que afean la composición que el maestro debería tener en la cabeza.

A favor de Mies, hay que decir que la arquitectura no puede mostrarse desde cualquier lugar. La arquitectura tiene perfiles, ángulos y posiciones que la hacen transmisible. Mies busca una imagen pura del pabellón, una imagen que resuma el concepto que hay detrás de la arquitectura y para ello no tiene reparos, como no los solemos tener los arquitectos, en buscar una hora, un ángulo y una situación ideal según nuestro parecer. En definitiva, lo que hace el maestro es lo que debe hacer un arquitecto, buscar la imagen que mejor sirve a la construcción de un relato, una idea, una lógica, que hace que la arquitectura no sea un golpe de inspiración soberbia, sino una historia que contar.

Si la historia debe ser contada con una avalancha de gente agolpada en la entrada del pabellón o debe ser contada sin un alma cerca, eso lo decide el relato que el arquitecto ha construido en forma de edificio.

Si un turista despistado, tropieza con el pabellón y por puro afán de coleccionismo instantáneo hace una foto con su teléfono móvil sin meditar ni tres minutos sobre la posición, ángulo o situación del momento, la imagen resultante ¿es más real, fiel y autentica, que las imágenes manipuladas de Mies?

Francamente, pienso y he pensado siempre que no. ¿Es el turista menos que Mies? Por supuesto que si.

Lo aclaro. El turista es menos que Mies, si de lo que hablamos es de relatar con intención, rigor y capacidad el edificio, de la misma manera que Mies en menos que el turista, para dar una conferencia sobre radiología, en el caso que el turista accidental fuera radiólogo de profesión.

Si esta idea tan primaria parece tan evidente, la pregunta que se deriva es, ¿por qué parece ahora que si no ponemos un montón de gente en las fotos de nuestros proyectos, se nos acusa de soberbios y engreídos, y no se cuantos delitos más?

Si quiero hablar de un edificio, quiero ver el edificio. Si quiero hablar de la relación entre dos personas en un edificio, por supuesto quiero ver las personas, y el edificio como mucho, se convierte en un personaje más. No creo que sea tan difícil de entender, ¿no?

¿A que viene pues el remilgo tan de moda de la socialización de la imagen de la arquitectura?

Creo que estamos constantemente haciendo las preguntas equivocadas.

No se trata de si hay que fotografiar la arquitectura con las personas dentro o no. Se trata de fotografiar la arquitectura en relación a un relato que se quiere explicar. Si ese relato debe incorporar personas, o caballos en la imagen , o no debe incorporar a ningún ser vivo, debe quedar circunscrito a una decisión al servicio de un relato que el arquitecto intenta contar.

En definitiva, esta es la razón por la cual, una imagen que por error, consideré aborrecible, me parece ahora, una vez he aprendido el relato que hay detrás, una imagen totalmente adorable.

Por último, quisiera agradecer a la Fundación Mies que se pusiera en contacto conmigo para sacarme de mi conjetura equivocada, a mi admirado Juanjo Lahuerta por escribir todo lo que escribe y a todos los que leéis axonométrica, por las aportaciones que habéis realizado por diferentes medios.

En realidad, si sigo escribiendo, es como siempre, para aprender algo, no para enseñar nada.

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