El Auge Colectivo

El Auge Colectivo

Hay aspectos de la organización social que todavía no están resueltos desde que se pusiera en marcha la antigua operación orquestada en los años 60 que relacionaba de forma novedosa a los individuos con las ideologías políticas y las capas sociales.

Me explico. Durante la década de los 60 y bien entrada la década de los 70 la sociedad da un vuelco en sus principios básicos de relación con destino a transformar lo social por lo colectivo.

Este vuelco tiene sus orígenes en la II Guerra Mundial, y transforma de forma radical las bases de una geografía social y cultural consolidada. Toda la febril actividad de los 60 no puede entenderse sin comprender la magnitud del terror y la destrucción que supuso la II Guerra Mundial en Europa. La ingente tarea de reconstruir el continente europeo generó una dinámica económica sin precedentes. Había realmente una urgencia psicológica en reparar los grandes daños producidos por la guerra, el mundo entero necesitaba borrar las huellas de aquella masacre cuanto antes y reconstruir sobre ellas un mundo en paz. La reconstrucción de Europa fue tanto una necesidad física como una necesidad vital. Estados Unidos se convirtió en un país netamente exportador y su economía se revitalizó de repente, Europa veía como era reconstruida a marchas forzadas y nuevas ciudades surgían donde ayer había solo escombros.

El fin de la II Guerra Mundial y la reconstrucción europea generó una nueva sociedad. Europa entro poco a poco en la era del estado del bienestar que recogía las aspiraciones sociales de la socialdemocracia. (…) El estado de bienestar estaba basado en el desarrollo de la seguridad social y en la garantía de varios derechos sociales como la educación, la asistencia sanitaria y una política popular de vivienda. A partir de los años cincuenta y hasta principios de los setenta, Europa occidental se desarrolló de tal modo que permitió avances sociales como jamás antes se habían visto.[1]

La consolidación de este proceso de reconstrucción en Europa y el convencimiento de ciudadanos de todo el mundo de no volver a caer en el horror, generó como consecuencia el surgimiento de una conciencia de cambio. Las clases medias, los intelectuales, incluso los trabajadores empezaron a darse cuenta, al abrigo del Estado del Bienestar, que el proceso de reconstrucción europeo no estaba siendo aprovechado como una oportunidad para asegurar que nunca más una guerra de ese calibre volvería a producirse. Una corriente de insatisfacción recorría la espina dorsal de la sociedad post-bélica, la juventud.

Arropados por una economía boyante y superado el estrés postraumático de una II Guerra Mundial, la juventud de occidente, aquellos que fueron niños durante la guerra o nacidos durante la misma, empezaron a plantear una enmienda a la totalidad. A eso hay que sumar el hecho de que las democracias occidentales tenían muy claro que por un lado nunca más iban a permitirse una locura de consecuencias tan catastróficas y por otro lado, ante el surgimiento de un bloque comunista consolidado tras la guerra, iban a defender hasta el fin su modo de vida, mostrando como la justicia y el bienestar social, el nivel tecnológico y el confort que era capaz de ofrecer, la relajación de unas rígidas normas sociales a favor de un trato más afable entre diferentes estratos de la sociedad y una irrefrenable voluntad de mejorar sus vidas, alejándose así de la tabula rasa, estaban de su lado.

Todo esta profunda transformación da como resultado una sociedad diseminada en comparación a la anterior, estructurada alrededor de un conjunto de individuos socialmente responsables agrupados en colectivos abiertos. Frente a los códigos de conducta heredados de una noción cerrada de las clases sociales,  surgen personas con la capacidad de decidir por si solas, aceptadas en los colectivos a los que se asocian y abiertas al intercambio. Este intercambio ayuda en cada unidad social a construir una identidad propia, diferenciada aunque permeable. Está claro esa construcción individual tiene algo de individualismo, pero está también claro, que nunca como entonces, y de hecho hasta ahora, el auge de lo colectivo no ha dejado de crecer.

En el glosario de Bruno Latour del libro Políticas de la Naturaleza. Por una democracia de las ciencias,[2] la dimensión de lo colectivo adquiere una nueva profundidad.

Interpretando al filósofo francés, lo colectivo debe distinguirse de la sociedad, término que conlleva un mala repartición de los poderes, en tanto que excluye la idea de naturaleza de su núcleo constituyente. La idea de colectivo acumula los antiguos poderes de la naturaleza y los poderes adscritos a la sociedad en un único recinto, antes de ser partidos de nuevo, redistribuidos podríamos decir.

En la idea de lo colectivo, reside un nuevo patrón de comportamiento en relación al poder donde la naturaleza adquiere un rol totalmente político, hasta hace poco exclusivo de lo que habitualmente llamamos sociedad.

Es por ello que el auge de lo colectivo tiene que ver con una visión audaz de lo natural, no tanto como un elemento equilibrador de lo social, sino como un aspecto totalmente integrado de lo político. En otras palabras, hasta ahora la naturaleza no había sido tenida en cuanta en tanto que formaba parte de lo otro al no ajustarse al patrón estándar de la herencia de la modernidad.

Solamente así se define de nuevo el perfil de aquello que llamamos lo colectivo.

Si somos capaces de entender que la naturaleza debe jugar un rol político, que debe erigirse como central en la forma de pensar socialmente asumiendo que ha surgido un nuevo sujeto histórico de cambio, de la misma manera que lo han sido hasta ahora las clases sociales o la discusión sobre los medios de producción, tendremos una oportunidad para pensar que hay un futuro posible para el pensamiento político.

En la imagen una de las piezas de Sergi Aguilar expuesta en la galería Estrany & De la Mota de la obra Al-Gir. Se trata, según Angela Molina, de la alegoría de un paisaje donde todos los fragmentos metonímicos mantienen en suspenso la escultura. Antes de entrar, se nos invita a leer en la hoja de mano la siguiente cita del arquitecto austríaco Adolf Loos: Si nos encontramos ante un montículo de dos por un metro de forma más o menos piramidal, podríamos llegar a pensar que esa loma en el paisaje es, en realidad, el túmulo de un enterramiento y que eso sería ya, en sí mismo, arquitectura. Creo que la naturaleza muestra y oculta lo sublime y lo cruel, que a la vez que nos revela toda su plenitud también la esconde.

Más información en http://blogs.elpais.com/sin-titulo/2014/02/simulacro-y-fetichismo.html

 

[1] VVAA, Sociedad, vida y teoría. La teoría sociológica desde una perspectiva de sociología narrativa, CIS Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 2004, p. 336.

[2] LATOUR, Bruno, Políticas de la Naturaleza. Por una Democracia de las Ciencias, Editorial RBA, Barcelona, 2013

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.