La Dimensión del Detalle Ausente
Posted by miquel lacasta on 28 de octubre de 2013 · Deja un comentario

La dimensión del detalle ausente
Tras una serie de conversaciones acumuladas recientemente, vuelvo a caer en la cuenta de cómo en muchas ocasiones la arquitectura, la buena arquitectura, se origina a partir de aspectos, técnicas o espacios que no existen. No querría señalar aquí de nuevo a la figura de Peter Eisenman, y su presencia de la ausencia, pero en esencia, es precisamente eso lo que da vida a mucha arquitectura.
Como decía, estas conversaciones me han llevado a reflexionar no tanto en el hecho de la importancia estratégica de esa ausencia, sino en otros aspectos tan centrales como son, por ejemplo, su dimensión, su medida, o quizás mejor decir su no-medida, o su geometría. Es absurdo pensar que por el mero hecho de que un espacio este activamente ausente en un proyecto, este no tiene una dimensión, una medida o una geometría especifica. Todo lo contrario, la cualidad de una espacio ausente en arquitectura es una distancia crítica y precisa. Una forma concreta y reconocible.
La arquitectura es un sistema conceptual que pretende proyectar y describir tanto la realidad natural como la realidad social, económica, cultural y política, una estructura en que todas las partes están relacionadas y actúan coherentemente. Lo curioso, es que este sistema se define tanto por las piezas o partes que lo constituyen, como por piezas o partes que no existen físicamente, o acaso que existen como ausencia.
Construir desde la ausencia requiere evidentemente disponer estratégicamente todas las presencias de un proyecto. Para poder ver y sobretodo sentir un volumen ausente como catalizador de una cierta tensión espacial, hay que jugar muy hábilmente con la disposición de todos los volúmenes que sí se construyen. Sin esa inteligente disposición, la lectura será meramente fría e ininteligible.
Una de las buenas enseñanzas de este tipo de arquitecturas es que proyectar no es distribuir un programa, sino que consiste en establecer ritmos, secuencias y sensaciones en un orden, sea este aparentemente simple o decididamente complejo, de forma que el conjunto del todo nos dibuje el contorno de lo que no está construido. En un zoom más abierto, en esencia, eso es la ciudad. La ciudad son sus vacíos, sus calles, sus plazas, sus heridas infraestructurales, sus solares abiertos y desnudos. Esa disposición mágica de vacíos hace que la ciudad tenga un carácter específico.
Curiosamente en un vacío no hay detalle constructivo.
De la ausencia de ciertos volúmenes como estrategia proyectual, también se desgranan algunas lógicas de segundo grado, pero igualmente interesantes. Si llevamos la idea de la ausencia a un cuerpo volumétrico específico, espacial y sensible, también podríamos proyectar esa idea en la ausencia de detalles como finalidad especifica de una obra. Hacer arquitectura detalladamente sin detalles es una aspiración de muchos y grandes arquitectos esencialistas. Dejar que sea solamente el espacio lo que realmente se tiene que sentir, ver y vivir vendría a ser su justificación última. Para que ese posicionamiento sea radical, parece que llegar a proyectar sin apenas detalles aparentes, es un objetivo fundamental.
Por supuesto eso es enormemente difícil. Difícil si tenemos en cuenta que independientemente de las aspiraciones espacio/sensitivas de un arquitecto con sus proyectos, estos deben dar cuenta de una serie de reglamentos relacionados con el confort. Es decir, no podemos sacrificar la arquitectura, por muy legítimo que sea el ideal del no detalle, si a cambio no somos capaces de introducir un mínimo de confort y de condiciones de habitabilidad.
En el extremo opuesto, durante los años 80 y 90, parecía que la arquitectura de ciertos contextos se recreaba en un exceso de detalles que parecían llevar la impronta del capricho y el juego fatuo. En cada esquina aparecía una solución única, en cada carpintería un remate específico, en cada espacio, una constelación de soluciones, que parecían formar parte de un catálogo de dibujos complicados, ojo, que no complejos, en una especie de autocomplacencia sin límite.
Despojar la arquitectura de todo lo superfluo o anecdótico, todavía hoy, parece una buena línea de investigación. Mostrar y construir con el mínimo de medios y el máximo de sensaciones tiene sentido desde el momento que lo formulamos como afirmación proyectual. Y ciertamente solamente algunos pocos proyectos están en condiciones de llegar hasta ese minimalismo constructivo que a su vez estructura un maximalismo sensitivo.
Sin duda las palabras ya han creado una imagen en el lector. Cierta arquitectura de Peter Zumthor da en la diana de esa manera de proceder, o mejor dicho, ilustran perfectamente esa lógica aspiracional.
Ahora bien, si esta aspiración se convierte en una religión o en un a priori supremo, los resultados pueden rallar casi lo absurdo. Una capilla, una casa en el campo en un entorno adecuado, incluso un edificio con según qué programa, puede perfectamente entenderse como un espacio desnudo, donde no hay detalle.
Sin embargo, algunos programas y algunas arquitecturas, algunos contextos y algunos climas requieren de la pericia, siempre sistematizada y lógica del detalle constructivo complejo, dibujado hasta la saciedad y controlado en obra como una obsesión.
De nuevo, hay ideas que aguantan ciertos espacios y otros no, y lo que es capaz de dar cuerpo y forma tanto a lo construido como a lo vacío en arquitectura, no es la voluntad del arquitecto, sino la fuerza del relato que todo proyecto debe proveer.
En la dimensión exacta de ese detalle ausente se encuentra uno de los secretos de nuestra pasión.
*En la imagen la Brother Klaus Field Chapel de Peter Zumthor en Wachendorf. Fotografía de Seier+Seier
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