No es Elitismo, es Exigencia

No es Elitismo, es Exigencia

En el contexto de una sociedad alienada con la ignorancia, el populismo de bajo tono arrasa en numero de likes y en número de adeptos a un discurso precocinado, lleno de grasas poliinsaturadas, de saciedad inmediata, pero indigerible. En un paralelismo evidente, al fast food de las masas les corresponde un fast thought en forma de futbol, twitter y salsa rosa. Y  la cultura de fondo, la estructurada y arraigada en siglos, se le suele llamar elitismo.

Sin embargo, más que nunca necesitamos de puntos de referencias, de balizas a las que legitimar y consejos que tomar. Muy al contrario, desechamos al sabio, al intelectual, al genio, pues tenemos un falso sentimiento de dominación, o de rebote contra todo aquel que porque simplemente sabe infinidad de veces más que nosotros, se permite dar algún consejo, o permite guiarnos por estos mundos díscolos y difusos. Las élites culturales han sido substituidas por élites de la banalidad.

Qué tiempos aquellos en que legitimábamos a los y las artistas en sus discursos, que devorábamos monstruos de la literatura, que admirábamos las obras de arquitectura que salían de lo común. En fin, que teníamos el criterio para declinar a los cretinos y el valor para dejarnos atrapar por el talento de otros.

Solamente así se entienden los comentarios en forma de lecciones que daba un Sáez de Oiza, siempre tan vehemente, el remolino alrededor de un Joseph Beyus cuando hablaba, como si de un gurú de la meditación se tratase o el respeto atroz que imponía Borges, siempre a caballo entre una actitud taciturna y un sonrisa todo candor.

Quizás hemos perdido las balizas  del saber, las referencias de lo verdaderamente importante. Y recuperarlas requiere un esfuerzo, pero también es un placer.

Y es por eso que no puedo resistirme a publicar esta carta de Reiner Maria Rilke a un joven poeta. Una carta mítica, que leída desde la perspectiva de hoy, no deja de sorprender el trabajo que se toma el poeta austro-húngaro para confeccionar la respuesta. Y la delicia de su crítica, contundente y respetuosa a la vez. Guante de seda, puño de hierro.

Cartas a un joven poeta[1](fragmento). – Rainer María Rilke

París a 17 de febrero de 1903

Muy distinguido señor:

Su carta me ha alcanzado hace sólo pocos días. Quiero darle las gracias por su grande y afectuosa confianza. Apenas puedo hacer otra cosa; no puedo entrar en lo que son estos versos, porque estoy demasiado lejos de toda intención critica. No hay cosa con la que pueda tocarse tan escasamente una obra de arte como con palabras criticas: siempre se va a parar así́ a malentendidos más o menos felices. Las cosas no son todas tan palpables y decibles como nos querrían hacer creer casi siempre; la mayor parte de los hechos son indecibles, se cumplen en un ámbito que nunca ha hollado una palabra; y lo más indecible de todo son las obras de arte, realidades misteriosas, cuya existencia perdura junto a la nuestra, que desaparece.

Adelantando esta advertencia, sólo puedo decirle, además, que sus versos no tienen una manera de ser propia, pero sí son callados y escondidos arranques hacia lo personal. Con máxima claridad lo percibo esto en la última poesía, Mi alma. Ahí́, algo propio quiere llegar a ser palabra y melodía. Y en la hermosa poesía A Leopardi crece quizá́ una especie de parentesco con aquel gran solitario. A pesar de eso, estos poemas todavía no son nada por sí mismos, nada independiente, ni aun el último y el dedicado a Leopardi. La amable carta que usted acompaña no deja de explicarme algunos defectos que noté en la lectura de sus versos, sin poder darle su nombre propio.

Pregunta usted si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes ha preguntado a otros.

Los envía usted a revistas. Los compara con otros poemas, y se intranquiliza cuando ciertas redacciones rechazan sus intentos. Ahora bien (puesto que usted me ha permitido aconsejarle), le ruego que abandone todo eso.

Mira usted hacia fuera, y eso, sobre todo, no debería hacerlo ahora. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay sólo un único medio. Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir?

Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta grave pregunta con un enérgico y sencillo debo, entonces construya su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso. Entonces, aproxímese a la naturaleza. Entonces, intente, como el primer hombre, decir lo que ve y lo que experimenta y ama y pierde. No escriba poesías de amor; apártese ante todo de esas formas que son demasiado corrientes y habituales: son las más difíciles, porque hace falta una gran fuerza madura para dar algo propio donde se establecen en la multitud tradiciones buenas y, en parte, brillantes. Por eso, sálvese de los temas generales y vuélvase a los que le ofrece su propia vida cotidiana: describa sus melancolías y deseos, los pensamientos fugaces y la fe en alguna belleza; descríbalo todo con sinceridad interior, tranquila, humilde, y use, para expresarlo, las cosas de su ambiente, las imágenes de sus sueños y los objetos de su recuerdo.

Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que no es bastante poeta como para conjurar sus riquezas: pues para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente. Y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar a sus sentidos ninguno de los rumores del mundo; ¿no seguiría teniendo siempre su infancia, esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos? Vuelva ahí́ su atención. Intente hacer emerger las sumergidas sensaciones de ese ancho pasado; su personalidad se consolidará, su soledad se ensanchará y se hará́ una estancia en penumbra, en que se oye pasar de largo, a lo lejos, el estrépito de los demás. Y si de ese giro hacia dentro, de esa sumersión en el mundo propio, brotan versos, no se le ocurrirá́ a usted preguntar a nadie si son buenos versos.

Tampoco hará́ intentos de interesar a las revistas por esos trabajos, pues verá en ellos su amada propiedad natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad. En esa índole de su origen está su juicio: no hay otro. Por eso, mi distinguido amigo, no sabría darle más consejo que éste: entrar en sí mismo y examinar las profundidades de que brota su vida: en ese manantial encontrará usted la respuesta a la pregunta de si debe crear.

Tómela como suene, sin interpretaciones. Quizá́ se haga evidente que usted está llamado a ser artista. Entonces, acepte sobre sí ese destino, y sopórtelo, con su carga y su grandeza, sin preguntar por la recompensa que pudiera venir de fuera. Pues el creador debe ser un mundo para sí mismo, y encontrarlo todo en sí y en la naturaleza a que se ha adherido.

Pero quizá́, después de ese descenso en sí y en su soledad, deba renunciar a llegar a ser poeta (basta, como he dicho, sentir que se podría vivir sin escribir para no deber hacerlo en absoluto). Sin embargo, tampoco entonces habrá́ sido en vano este viraje que le pido. En cualquier caso, a partir de ahí́, su vida encontrará caminos propios, y le deseo que sean buenos, ricos y amplios, mucho más de lo que puedo decir.

¿Qué más he de decirle? Todo me parece subrayado como es debido: para terminar, sólo querría aconsejarle todavía que vaya creciendo tranquilo y serio a través de su evolución: no podría producir un destrozo más violento que mirando afuera y esperando de fuera una respuesta a preguntas a las que sólo puede contestar, acaso, su más íntimo sentir en su hora más silenciosa.

Ha sido para mí una alegría encontrar en su carta el nombre del señor profesor Horacek; conservo hacia ese sabio, tan digno de afecto, un gran respeto y un agradecimiento que dura a través de los años. Si usted quiere, le ruego que le exprese mis sentimientos; es muy bondadoso por su parte que todavía me recuerde y sé apreciarlo.

Los versos que tan amistosamente me ha confiado se los devuelvo ahora. Y le vuelvo a agradecer la grandeza y la cordialidad de su confianza, de la cual, mediante esta respuesta sincera dada según mi mejor saber, he tratado de hacerme un poco más digno de lo que, como desconocido, soy realmente.

Con toda cordialidad y simpatía,

                                                      Rainer Maria Rilke

Una delicia.

 

 

[1]Rilke, Reiner Maria, Cartas a un Joven Poeta, Ediciones Obelisco, Barcelona 1997

Comments
6 Responses to “No es Elitismo, es Exigencia”
  1. pacopaco321 dice:

    Miquel:

    Hola. Estupendo lo que dices: no es elitismo, es clase y elegancia, dos virtudes que hoy brillan por su ausencia. Punto,

    Francisco José.

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